El tiempo de los robles
Historias basadas en personajes y acontecimientos reales.
Por: Abel Carvajal
©2012, Abel Carvajal. Derechos de autor reservados.
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MISIONES PELIGROSAS
El secuestro es sin duda uno de los negocios más malditos que existen y fue el del emperador inca Atahualpa por parte del conquistador Pizarro, apenas empezando el siglo XVI, el primero registrado en la historia del continente americano. A este codicioso malhechor español no le bastó que los leales incas le llenaran dos pirámides de plata y una de oro, como pago por el rescate de su gran rey, decidiendo ahorcarlo de una manera tortuosa y pública en vez de liberarlo. Una criminal escena que sería la antesala para el dramático teatro en que se convertiría la bárbara conquista europea de América.
En Colombia resurgió este inhumano crimen en los inicios de los años sesentas, pero esta vez por cuenta de los grupos insurgentes, bajo el pretexto de financiar su causa político-militar. El primer grupo guerrillero que inició esta pérfida práctica fue el autodenominado ELN (Ejército de Liberación Nacional), comandado en aquellos días por sus fundadores: los hermanos Vásquez Castaño. De los cuales uno de ellos goza hoy en día de un cómodo retiro en Cuba, bajo el alcahuete manto protector de su autoritario régimen. Sobra decir que su ideología política se declaraba procastrista.
¿Las principales víctimas? Ganaderos y agricultores, primero los más grandes y más tarde los pequeños finqueros y campesinos. Lo irónico es que a estos últimos, a los que precisamente pretendían reivindicarles sus derechos y protegerlos de la inequidad e injusticia social generada, según ellos, por los oligarcas de un capitalismo patrocinado por el imperialismo yanqui, también los puso contra los cañones de sus fusiles soviéticos despojándolos no sólo de sus pocas posesiones sino hasta de sus hijos a quienes reclutan para sus filas aún hoy en contra de su voluntad.
Uno de los primeros en ser secuestrado por el ELN fue don Eugenio Mesa Carvajal, hijo de Graciela Carvajal, la primera hija de don Abel Carvajal Múnera. Él, un próspero ganadero y comerciante afincado en Puerto Berrío (Antioquia), fue violentamente retenido por numerosos guerrilleros; internándolo y encadenándolo luego en algún lugar de la espesa selva del Magdalena Medio.
Durante semanas su familia nada supo sobre la suerte de don Eugenio, como tampoco las autoridades.
Él mientras tanto ante sus captores eligió como negociador de su liberación a su tío Alfonso Carvajal Botero, quien vivía en Barrancabermeja. A quien enteraron de su nombramiento a través de una carta que le hicieron llegar ocultamente a su familia.
Después de arduas y sutiles negociaciones en diferente sitios secretos a lo largo del extenso Magdalena Medio, previamente elegidos por los secuestradores o sus emisarios, logró acordar un “moderado precio” por la liberación de su sobrino.
Se fijó una fecha para la entrega de la enorme cantidad de dinero en efectivo, que debía llevar en cajas de cartón a bordo de una chalupa por el río Magdalena, acompañado únicamente por su esposa y el lanchero, como garantía (exigida por los muy cobardes) de que él no les tendería una trampa en conjunto con el ejército. En la proa del bote, con un potente motor fuera de borda y varios bidones con combustible de reserva, debían colgar una lanilla o trapo rojo como marca o señal para los espías de la guerrilla apostados a lo largo del río.
Luego de un largo navegar río arriba desde el puerto de Barrancabermeja hacia Puerto Berrío, siguiendo las indicaciones dadas por el último emisario enviado por los guerrilleros, un par de hombres les agitaron otro paño rojo en una de las orillas. Se acercaron con cautela, pero los mismos sujetos no los dejaron arrimar sino que les gritaron indicándoles que debían doblar por un caño cercano y desembarcar las cajas con el dinero en donde había un grupo de hombres con otra tela rojo…
CONTINÚA...
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EL FANTASMA, EL PERRO Y EL CAPO
Río Magdalena abajo después de Barrancabermeja se encuentra el viejo municipio de Puerto Wilches en el Departamento de Santander, un pictórico pueblo rodeado de fértiles tierras dedicadas a la ganadería y a la agricultura, en especial al cultivo de la oleaginosa palma africana y también muy rico en petróleo. En su apogeo, a mediados del siglo XX, fue además estación importante de los Ferrocarriles Nacionales. Sobra decir, que fluía el dinero, lo que atrajo a comerciantes, cantineros y putas, que abrieron sus establecimientos con poca planificación; por lo que no era raro encontrar el la calle principal, perpendicular al puerto, un burdel al lado de las oficinas de la Caja Agraria (banco) o una cantina al lado de la casa parroquial del cura, o más allá, los talleres del ferrocarril frente al mejor hotel.
Alfonso Carvajal Botero siempre encontró buen ganado gordo para comprar en las haciendas y fincas aledañas a Puerto Wilches; además contaba con una de las mejores ferias de exposición equina y vacuna de la región del Magdalena Medio, razones por las que visitaba el pueblo con asiduidad. Con el transcurrir del tiempo, allá también se hizo conocer como un honorable hombre de negocios, entablando valiosas amistades.
Como experimentado comprador de ganado, ya hacia finales de los años setentas, acostumbraba partir de madrugada desde Barrancabermeja en su carro todoterreno 4x4 Nissan o Toyota, sus marcas favoritas, para llegar temprano a la finca de destino donde la mayoría de las veces finiquitaba la compra de algún lote de novillos que el propietario o administrador le había ofrecido. Recomendaba madrugar antes de que el ganado saliera a pastar y aumentara su peso, pues en aquellos días ya muchas haciendas contaban con básculas para ganado en pie, debiéndose negociar cada res por el peso y no a ojo, como se transaba antes. Es que un bovino puede consumir varios kilos de pasto en pocas horas, principalmente en las horas de la mañana, lo que aumentará su peso y por ende su precio por kilogramo a favor del vendedor, que multiplicado por el número de animales del lote negociado puede llegar a alcanzar un apreciable sobrecosto.
Una oscura madrugada, a mitad de camino en la polvorienta y solitaria carretera, en una curva alcanzó a distinguir por el parabrisas a lo lejos la figura de un hombre con sombrero que le hacía señas con la mano, pero en un abrir y cerrar de ojos el hombre desapareció de su vista. Llegando hasta el sitio donde lo había visto disminuyó la velocidad, esperando verlo de nuevo, suponía que era un campesino pidiendo un aventón, como lo acostumbraban muchos. Pero no vio a nadie, así como ninguna casa había a los dos lados de la vía.
Aceleró de nuevo creyendo que las sombras de los árboles lo habían engañado. De repente, descubrió al hombre con sombrero montado encima de la tapa del motor del campero, ¡frente a él, agitando las manos como loco!
Continúa...
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