domingo, 1 de septiembre de 2019

A Vincent


A Vincent




Admirado Vincent, aclarándole que la admiración que le profeso es más por su obra, arrojo y perseverancia que por su trágica vida, me permito escribirle para iniciar una futura amistad. Inicio con una noticia: es usted ahora objeto de culto entre los de su oficio, los de la misma especie que lo criticaron, lo vilipendiaron y hasta lo degradaron de maestro del lienzo a dizque pintorcito de obras infantiles, como se atrevieron a decírselo.
Sin duda, fue usted un incomprendido de su época porque fue un adelantado a ella, como suele suceder con los relegados. ¿Por qué fue un artista solitario y postergado su reconocimiento?
Empecemos por su tardío ingreso al mundo de las artes plásticas, a aquella exclusiva cofradía plagada de pintores envidiosos, críticos de arte frustrados por su falta de talento y marchantes pusilánimes carentes de osadía. Es que Vincent, pintar su primer cuadro a los 28 años de edad, ya de por sí, fue un escupitajo a la cara de aquellos que pontificaban en esa Europa radical del siglo XIX, que se debía pasar de joven aprendiz a maestro pintor, no que las primeras pinceladas fueran dignas de un maestro experimentado. La genialidad siempre es cuestionada, excepto por otro genio o unos pocos mortales con visión, como sus amigos y su hermano Theo.
Luego, les da una cachetada a los miembros de aquél sanedrín de jerarcas del arte: Líneas gruesas, contornos desafiantes, pinceladas sueltas y rápidas y, lo imperdonable por ellos, cuadros resplandecientes con abundancia de colores y tonos. Atrevido sí, irreverente también, pero sobresaliente. Elevó el impresionismo a lo inadmitido por la rigurosidad clásica. Esta suma es lo que despierta mi admiración por usted y su obra.
Monet intentó salvarlo, como Nicodemo y José de Arimatea trataron de salvar a Jesús de Nazaret de los suyos, los fariseos, al decir públicamente que usted era el más brillante pintor de su época. Pero, al igual que para el Carpintero de Galilea, no sirvió; ambos fueron crucificados, de diferente modo, por un grupillo de fariseos confabuladores.
Admirable es también que usted no se amilanó, pintó como un gigante tocado por la Divinidad, con locura pero consciente de su chispa. La humildad, don escaso y por lo tanto falso en la mayoría de los humanos, es una supuesta virtud que inventó la sociedad para oscurecer el brillo de las estrellas, de las mentes creativas destacadas como la suya. Haga caso omiso de tan risible acusación, que ni siquiera es virtud de dios alguno de la mitología greco-romana. Usted los opaca con su sobrehumana producción: En los nueve años que duró su vida artística pintó más de doscientos cuadros, ¡doscientos! ¡Dos cuadros por semana! No se habían secado las pinceladas de oleo del último cuando ya estaba pintando el siguiente. Me quito el sombrero, el que por cierto usted pocas veces se quitaba, señal de que estaba en medio de un proceso creativo.


Lo de la oreja que cercenó de un navajazo, la oreja más famosa de la Historia, ¿como protesta al matrimonio de Theo o como consecuencia de la discusión con Paul Gauguin o para entregarla como obsequio a una mujer casquivana que lo decepcionó o por las tres razones o por ninguna?, es entendible, errar es humano. Entendible que una mente portentosa es a su vez tormentosa. En la actualidad, un marchante o subastador de arte le diría que fue un original y sensacional golpe de marketing. Su oreja, créalo o no, ha encarecido sus cuadros sobremanera, hasta alcanzar unos precios que jamás imaginó. Confirmación de que usted tenía la razón cuando se fue contra la pureza del estilo en la pintura, aún del impresionismo. Cotizaciones que nunca ha superado otro artista, muerto o vivo, hasta la segunda década del siglo XXI.
Demoraron en reconocer el valor de su obra, pues solo treinta y seis años después de su aparente suicidio a sus 37 años, aparente porque al parecer usted protegió a su asesino, un verdadero conocedor de arte lo redescubrió.
Es lamentable que no haya experimentado el placer de vender más de un único cuadro, ni que su querido hermano Theo lo haya podido ver. Pero fue esa la predestinación de su talento, el que la Divina Providencia le otorgó para alegrar el alma de los que apreciamos sus pinturas.
Admirado Vincent van Gogh, usted vino al mundo, sufrió en él y, al final, lo venció. Espéreme, si le complace, como su amigo.

Abel Carvajal, mayo 24 de 2019.

Abel Carvajal deja de escribir

 "La aventura de escribir ha terminado para mí en esta vida. Debo seguir por el sendero ancho que la Vida me muestra y prestar atención...