martes, 22 de marzo de 2022

Los hijos de los antiguos siervos (parte 2)

 Es mejor escribir como testimonio histórico sobre lo que éramos y seremos. La virtualidad es contaminada y no es histórica, es solo presencialidad para distraer la realidad de lo que somos.

  

Escribir es a fin de cuentas un acto de egolatría, de vanidad, de búsqueda de reconocimiento, si vamos al fondo de la cuestión. Es decir, se engaña al lector, en parte y, se le llama literatura.

Incluso escribir textos académicos o de historia o de cualquier tema no literario, en el fondo es un acto de vanidad y de búsqueda de reconocimiento, siendo honestos. Así se disfrace o se justifique de necesidad, educación o altruismo. Y agárrese fuerte: Más aún, si se es un filósofo o un intelectual académico.

El autor al escribir trata de realizar una demostración de sublime inteligencia, de la sabiduría que lo habita. Una vanidad originada en la levedad de su ser, inaceptable para él. Una demostración de erudición ante los demás. Vanidad, todo es vanidad en este mundo, escribió en un acto de sinceridad el Rey Salomón, autor de libro bíblico Eclesiastés.

Y más notable esa búsqueda insaciable que se observa en los hijos de los antiguos siervos de los nobles. Búsqueda de títulos académicos cuando no de otros títulos y gallardetes profesionales, para igualar, en sus frustradas mentes, a los antiguos nobles que daban látigo a sus ancestros. Incluso títulos de libros. ¡Cuántos libros se ha escrito hoy en el mundo! Millones de libros, inútiles la mayoría, cargados de mucha paja y de poco trigo, como este escrito probablemente. Así que trataré de desechar la mayor paja posible, a ver si el lector encuentra las espigas con más facilidad.

Otros en cambio o, además, buscan otros títulos: los títulos valores. El dinero mismo es representado por un título llamado billete, papel moneda. Para tratar de elevarse por encima de los otros, pero siempre serán los hijos de los antiguos siervos de los nobles, aunque crean que sus títulos valores o números impresos en sus extractos bancarios desaparecerán de sus sombras a sus ancestros, los siervos o, peor, los esclavos. Otros, creen que los títulos de poder, como presidente, vicepresidente, gobernador, senador, alcalde, gerente, general, coronel, capitán, etc., los harán como antaño unos nobles. La mayoría, la inmensa mayoría de los humanos de hoy provienen de siervos y esclavos, pues pocos eran los aristócratas y muchos sus sirvientes, muchos sus aldeanos, muchos sus peones, muchos sus soldados que morían por esos pocos que dominaron, dominaban y dominan la Tierra.

El siglo XXI es un mundo lleno de vanidades, de hijos de siervos que quieren aparentar un origen diferente con títulos y títulos por doquier, impresos y digitales, en sus paredes y en sus maquinitas electrónicas y hasta en papeles en sus bolsillos. Pretenden alcanzar una dignidad ilusa, con títulos y más títulos, dignidad de la que jamás gozaron sus ancestros, aquellos siervos de los nobles. Creyendo en la también ilusa igualdad entre los hombres.

Irónicamente ahora estos hijos de antiguos siervos buscan que otros les sirvan, nuevos siervos que sin desparpajo llaman servidumbre, trabajadores, obreros, asalariados, soldados, para exorcizar lo que sus ancestros fueron: también siervos e igualmente esclavos. Así mismo, querrán que sus hijos no sean siervos, a ver si consiguen en el futuro un linaje que los haga olvidar lo que fueron, lo que son y lo que serán, los hijos de los antiguos siervos y esclavos de los elegidos.

Algunos, más patéticos aún, creen que el color blanquito de su piel les otorga tal nobleza. Olvidan o ignoran que los primeros nobles, los que originaron la nobleza, los reyes de Babilonia y los faraones de Egipto tenían piel oscura. 

Hoy, los hijos de aquellos antiguos siervos y esclavos solo causan risa a los inmortales. 


Continúa en quince días...

martes, 8 de marzo de 2022

Los hijos de los antiguos siervos (parte 1)

 “Ignem veni mittere”

“Yo he venido a prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra” 

(San Lucas 12:49-53)


Les contaré una antiquísima leyenda, secreta para la mayoría de los mortales:

En el Génesis se escribió lo que le pasó a Caín después de asesinar a Abel, fue condenado a vagar por la tierra con una marca y nadie podría matarlo... Pero no se escribió qué sucedió con el espíritu inmortal de Abel, el pastor que agradó al Creador. 

El Padre Celestial le dio una misión milenaria a Abel. Su espíritu inmortal, por ser hijo agradecido, debía encarnar muchas vidas a lo largo de la Historia del Hombre desterrado del Paraíso, el Hombre que había perdido el don de la inmortalidad. Siendo Abel su observador y su testigo para, después de la segunda oportunidad concedida luego del Diluvio Universal, decidir si acababa o no con el Hombre. Abel será testigo, no juez, en el día del Juicio Final, en el que se decidirá el fin de los tiempos o la supervivencia del Hombre. 

El justo Abel, así ha reencarnado varias vidas en diversas épocas del Hombre, pero cuando el Juicio esté cerca, con el don del entendimiento aumentado por siglos de vida, será su última vida en el Universo de la materia y del tiempo, y será bautizado de nuevo con el nombre de Abel.

No confundas al Hijo de Dios, que encarnó una sola vez, con Abel, el pastor predilecto que ha reencarnado por siglos. Uno es el Rey del Universo y otro el testigo. Porque en todo Juicio, los testigos pueden salvar o culpar al acusado, oportunidad que un buen Juez da. Fácil de entender, hasta para los mortales que buscan comer del fruto prohibido infructuosamente. Nadie jamás comerá del fruto prohibido: el conocimiento del TODO.  ¡Los mortales lo buscarán por siglos y jamás lo comerán! Sentenció Abel, en los comienzos del tiempo del Hombre.


Quizás este sea el inicio de un nuevo libro o nunca lo concluya, por ahora continuará en quince días... y en otros quince.

Abel Carvajal deja de escribir

 "La aventura de escribir ha terminado para mí en esta vida. Debo seguir por el sendero ancho que la Vida me muestra y prestar atención...