El tiempo de los robles
Historias basadas en personajes y acontecimientos reales.
Don Abel Carvajal Múnera, pocos meses antes de morir, con su hija mayor Lucila. En la calle frente a su casa de Carolina del Príncipe, Antioquia, Colombia, alrededor del año 1950.
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Había muerto el patriarca don Abel Carvajal Múnera en 1950, en el pueblo de Carolina del Príncipe, quedando el joven Alfonso como hijo varón al frente de los negocios, el segundo de los hombres mayores, pues el primogénito José había ya emigrado a Barrancabermeja.
Un buen día, impulsado tal vez por el deseo de la aventura propio de la edad, decidió Alfonso Carvajal salir de viaje a conocer mundo o cambiar la rutina del trabajo en las fincas. Se embarcó, sin dar muchas explicaciones, en el bus escalera de la flota intermunicipal hacia Medellín no obstante la sorpresa de sus hermanas Lucila, Amparo y Aluvia y de sus hermanos menores.
Día de fiesta en una de las fincas de don Abel Carvajal Múnera. Década de los 40s.
No se sabe cuánto tardó ni cómo llegó ni que hizo en el camino, el hecho es que terminó varias semanas después su periplo en la costera ciudad de Barranquilla. Desde donde le envió un escueto telegrama a Lucila, su hermana mayor, en el que se leía:
URGEME CINCUENTA MIL PESOS NEGOCIOS MANDELOS CON PETRONIO GRAN HOTEL
No sobra advertir, en especial a los más jóvenes lectores, que el telegrama o Marconi como también se le denominaba en Colombia en honor a su inventor, era un mensaje escrito que se transmitía vía cable telegráfico codificado en la famosa clave Morse, por lo que se perdían las tildes y los signos de puntuación, todo el texto era en letras mayúsculas; además se cobraba al remitente en función del número de palabras, por lo que la gramática y la sintaxis se resumía o recortaba al máximo con el fin de abaratar el costo de envío. Condiciones que a veces desembocaban en mensajes graciosos unas veces, ridículos en otras y por supuesto no faltaban los que ni un adivino lograba comprender. Lo que sí era seguro es que las largas explicaciones sólo se las permitían quienes contaban con buen efectivo para pagar su oneroso costo, por lo que Lucila dedujo que su hermano estaba quedándose sin dinero o como se dice coloquialmente estaba “pelado”, lo que más la angustió...
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CUATRO QUITES A LA MUERTE
Alfonso Carvajal Botero bajando de un avión de AVIANCA en el aeropuerto de Barrancabermeja. Al inicio de los años 60s.
Los colombianos revivieron de nuevo la violencia en la década de los cincuentas por cuenta de la irracional rivalidad política entre el Partido Conservador y el Partido Liberal, en una atroz lucha por monopolizar el poder en el Gobierno. Violencia que tiñó de sangre los campos más que las ciudades y que finalmente sólo aportó al país odios, venganzas, viudas, huérfanos, desplazados, mutilados, minusválidos, locos, fanáticos y mucha pobreza. Todo por defender el color azul o rojo de la bandera del partido al que se afiliaba o simplemente le simpatizaba o porque su padre y su abuelo pertenecían a uno u otro, pues muy pocos tenían claras las diferencias ideológicas entre los partidos. La mayoría de los actores y víctimas del conflicto nunca supieron con precisión porqué lucharon y murieron.
No obstante, el humor de los colombianos sale a flote hasta en los tiempos más nefastos como aquellos. Alfonso Carvajal narraba a sus amigos con jocosidad como un paisano suyo se salvó de ser asesinado por un grupo paramilitar (¿o parapolítico?) por su agudeza creativa o la llamada malicia indígena:
“Una noche por un oscuro camino rural del Magdalena Medio santandereano le salió al paso un pequeño grupo de hombres armados y apuntándole lo interrogaron: -¿A qué partido pertenece?
El paisano rápidamente respondió: -¡Pues al de la “L”!
-¿Ah, un liberal hijuep…? –Espetó el líder del grupo armado, al tiempo que desaseguraba su pistola mostrando una criminal intención.
-¡Liberal no, hombre, por Dios! ¡Soy laureanista, de la “L”, de Laureano! –Gritó el asustado paisano. Laureano Gómez era el nombre del reconocido jefe nacional del Partido Conservador.
Obviamente si los matones hubieran sido liberales también habría salido con vida del incidente gracias a la misma letra inicial del partido. Había jugado con una respuesta muy astuta el antioqueño.”
Vale la pena anotar que a Alfonso Carvajal Botero su filiación al Partido Liberal, si no de ideología sí de nombre muy acorde con su pensamiento y forma de vivir, casi le cuesta la vida. Pues los más fanáticos sectarios del opositor Partido Conservador, el que entre otras cosas gozaba desatinadamente con la bendición de algunos miembros del clero, se convirtieron en sus perseguidores, unos muy peligrosos. Hasta el punto de que en una ocasión debió esconderse en el fondo del pozo de agua de una casa vecina por dos días, para evitar que lo atraparan y lo mataran.
En otra ocasión, lo agarraron los chulavitas, seudopolicías esbirros de los conservadores, que a culatazo limpio casi le destrozan el cráneo, dejándole una memorable cicatriz tras la oreja derecha que lució por el resto de su vida, así como una sordera parcial por ese oído. ¡Por nada más que apoyar en épocas electorales a los candidatos partido rojo!
Pero la buena suerte o un buen ángel de la guarda lo acompañaban. Le hizo el quite a la muerte varias veces, como en las siguientes historias:...
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(*) El blanqueado es un típico dulce casero del occidente colombiano, hecho con panela.
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