París
1946*
Se sentó en la barra y pidió al viejo barman, a
quien conocía de La Resistencia durante la guerra, un vaso de agua tónica con
hielo, llevaba cinco años sin beber alcohol. Lo bebió de una vez hasta el
fondo, estaba sediento. Pidió un segundo vaso. Al escuchar las dos palabras de
la contraseña, que aquella temible cara del viejo pronunció, caminó lentamente hasta el
baño. Minutos después, al salir, tratando aún de desatascar la cremallera de su
pantalón a medio cerrar, oyó un trueno, aunque esa noche no llovía, que cortó
en seco la algarabía en el bar. Se encontró frente a ella, con una pistola Luger apuntándole. La reconoció, descalza, como acostumbraba cada vez que liquidaba. Detrás descubrió al barman
en el piso desangrándose mientras su agónico cuerpo temblaba.
(*)Primer capítulo, del nuevo libro LA MUERTE CAMINA DESCALZA, aún en escritura por Abel Carvajal.
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