miércoles, 28 de febrero de 2018

Cuentos blasfemos


El síndrome


Lunes, 19 de febrero.

¡Cómo me acosa Patricia, quiere más cuentos para el libro!
Me molestó que ella, al finalizar la reunión en su suntuosa oficina de la editorial, se atreviera a insinuar que estoy atravesando el “síndrome de la página en blanco”. Aquello que dicen les pasa a los escritores, lo de no saber qué escribir…  Nunca me ha sucedido el pinche síndrome ese, jamás en la vida, qué le pasa a esa mujer. Ni siquiera sé qué se siente estar frente a una página en blanco y no ser capaz de inventar un puñetero cuento, pues los escribo en cuestión de minutos. Las ideas me llueven torrencialmente hasta inundar mi mente, ¡me canso! 
¿De dónde sacaría Patricia semejante idea de que estoy atravesando el síndrome ese? ¡No me conoce, carajo! Después de tantos años como mi editora no me conoce, eso sí me decepciona y me enoja.
Si supiera que me basta con mirar un dibujo o una foto o hasta un gato tuerto o un perro gocho para ¡zas!... imaginar un cuento sin siquiera parpadear.
Se lo demostraré aquí mismo, en esta página de mi diario. Ya verás, afanosa editora, el cuento que a continuación te escribiré, será quizás uno de los mejores que me hayas editado, y lo imaginaré en par minutos… Ya mismo, a continuación.
Síndrome de la hoja en… ¡Ah, no faltaba más! Qué equivocada estás mi queridita Patricia. 
–Toma, léelo –le diré al poner este cuento sobre su pomposo escritorio y agregaré pausadamente–: todos los días te traeré uno diferente.
Veré qué cara pone. Aquí va pues el de hoy, un cuento corto. Sí, uno corto que la descreste. Aquí va… ¡Ya mismo lo escribo, de un tirón! 
Aquí va:
Sí, aquí…
Bueno, mejor lo dejo para mañana, tengo sueño y está tarde. Esa reunión me dejó agotado. No pienso con claridad de noche.




El plan


En cierto lugar de la llanura africana, un elefante, cada vez que despertaba en las mañanas, se encaminaba a beber agua de un lago. En su marcha, por el acostumbrado camino que transitaba todos los días, aplastaba un hormiguero con sus patas. Así cada mañana.
Las hormigas que habitaban aquel hormiguero, las más diminutas de su especie, cansadas de reconstruirlo día tras día después del paso del enorme paquidermo, realizaron una asamblea general para encontrar una solución al problema.
Se escucharon muchas propuestas de diferentes hormigas, desde emigrar a otro lugar hasta la de secar el agua del lago, pero una propuesta les pareció mejor: Asesinar al elefante. Sí, matarlo, eliminar al enemigo, la morte, death… ¡elephant kill! Que todos en la llanura supieran que eran chiquitas pero peligrosas.
¿El plan? A la mañana siguiente cuando el maldito gordinflón pisara el hormiguero, todas, que eran un millón de hormigas exactamente, se le echarían encima y con sus mortales tenazas lo acribillarían hasta dejarlo tendido. Luego, lo cubrirían de cemento fresco y cuando se secara lo arrojarían al lago, para no dejar evidencia.
Sucedió que a la mañana siguiente el elefante, como de costumbre, apareció y ¡pum, pam, pum! Con sus gigantescas patas aplastó el hormiguero. En ese instante, el millón de hormigas, todas se le treparon y pronto cubrieron el cuerpo del gran paquidermo.
El elefante sintió un leve cosquilleo por las tenacitas de las hormigas y se sacudió.
Todas cayeron al suelo, todas menos una que quedó prendida de la nuca del inmenso elefante africano. 
Cuando las demás desde el suelo la divisaron, las novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve hormiguitas, le gritaban a la que aún colgaba:
–¡Ahórcalo, ahórcalo, ahórcalo…! 



Cuentos escritos por Abel Carvajal (2018) para el Taller de Escritura dirigido por Patricia Escobar cpatricia.escobar@gmail.com ,  El Retiro, Antioquia, Colombia. 

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