miércoles, 1 de octubre de 2014

CAMINO A ORIENTE (I): El Camino, La Intuición y La Vocación

CAMINO A ORIENTE, un encuentro con la plenitud, se publicó por primera vez por entregas en el diario La República (Bogotá, Colombia) a mediados de la década de los 90s, en la columna del autor Abel Carvajal, que luego se convirtió en su primer libro, publicado en 1998 en dos ediciones impresas por la ya desaparecida Editorial Colina (Medellín, Colombia). Ediciones todas que se vendieron únicamente en Colombia. 

(Carátula de la primera edición por EDITORIAL COLINA, 1998)

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Ahora CAMINO A ORIENTE en una nueva edición revisada, corregida e ilustrada totalmente por el autor, finalmente está disponible aquí, durante cinco entregas quincenales a partir de hoy, para todos los lectores en lengua castellana. También está disponible en eBook o edición impresa únicamente en https://www.amazon.com/CAMINO-ORIENTE-encuentro-plenitud-Spanish-ebook/dp/B00NB6F22Q/ref=asap_bc?ie=UTF8 



CAMINO A ORIENTE
Un encuentro con la plenitud


©1998, Abel Carvajal.  ©2013, edición revisada y corregida por el autor. Reservados todos los derechos de autor en todas las lenguas. Ilustraciones y diseño para la presente edición por el autor. mateolevi@gmail.com




A todas las mujeres que a lo largo de mi camino como lámparas lo han alumbrado.





“El que conoce lo externo es erudito, el que se conoce a sí es sabio.
El que conquista a los demás es poderoso, el que se conquista a sí mismo es invencible”

Lao Tzu



EL CAMINO



Cuando llegó la noche partió su vida en dos, tomó los manuscritos de par de novelas que jamás publicó y las entregó al espíritu del fuego. Quemó el dolor, el odio, el desamor y el miedo. Este hecho señalaría el cambio del rumbo.

Se cumplía la profecía: “iba para el norte, ahora iría para el oriente”.

Tenía treinta y tres años, la llamada edad de Cristo. Una edad en la que se dan los cambios, tal vez propicios para comenzara a recorrer el camino a oriente, si es que alguna edad lo es.

Es que todos para el norte miran y todos quieren ir con afán, porque así todos lo hacen, porque a todos nos programan para correr hacia el norte. La verdad es que nadie, en el fondo, sabe por qué debe ir en esa dirección, sólo lo aceptan porque así lo ven hacer a los demás y los mayores así lo inculcan.

Pero el verdadero camino es al oriente, a la luz, donde nace el gran sol. Todos saben eso en su interior, en el fondo de su corazón lo intuyen, lo desean y hasta lo sueñan. No obstante pocos, muy pocos atienden ese llamado y ganándole a su programación tras una lucha que no es fácil pero tampoco demasiado difícil, siguen el camino al oriente.

El fuego es un grandioso elemento que transmuta, que libera. Al día siguiente se sintió ligero, como si se hubiera quitado un peso de encima. Se había liberado de las ataduras y los lazos con el pasado… ¡Era libre al fin!

Ahora, camino a oriente.

El oriente, ese misterioso oriente. De donde vienen la ciencia, la religión, el arte milenario y una filosofía que apenas se conoce. Pero lo más importante: la magia. La real: la alquimia.

En su camino se encontró con seres humanos y no humanos, unos quisieron disuadirlo pero otros buenos lo motivaron, lo apoyaron y lo guiaron. Para él eran como lámparas que iluminaban su camino, seres que le enviaba la Divinidad.

Él se sentía protegido, uno de los favoritos del Ser Supremo.

Más que saberlo, siempre lo había sentido. Así era. Sin embargo él aceptaba y era consciente de su humanidad, de su imperfección, de sus límites. Aunque recientemente había descubierto el gran secreto: la misión de todo hombre es superar sus límites, sus imperfecciones y sus fallas. Eso incluye sus errores.

¿De qué le sirve a un hombre demostrar sus fortalezas y talentos si le fueron dados por la Divinidad desde antes? Ni siquiera él mismo se los forjó. ¿Para qué son estas cualidades o virtudes sino para que le ayuden a vencer los obstáculos inherentes a su ser? Las aves tienen alas para que sobrepasen la montaña, para que les sea fácil conseguir su alimento y escapar de sus enemigos, no para exhibirse en la vanidosa demostración de un bello vuelo. Así como la hermosura de las flores está dada para que atraigan las abejas y mariposas que entre sus patas llevan el polen que fertiliza a otras, asegurando la supervivencia de su especie. ¿Qué le importa a una flor ser admirada?

Todo lo anterior se lo reafirmaría un ser extraordinario con el que un día se topó en el camino a oriente.

Aquél ser tenía aspecto de viejo pero no lo era tanto. La abundante melena y barba gris le daban la apariencia de tal, pese a una robusta complexión y alta talla. Vestía un traje raro, como del siglo XVII, con camisa azul, chaleco grisáceo con unas cintas rojas en el hombro. Tenía cierto aire de sabiduría que infundía respeto. Serio, hablaba con voz gruesa pero serena y pausada. Irradiaba magnetismo, de eso no cabía duda.

“Me llaman el Alquimista”, fue lo único que obtuvo por nombre. Lo que más le impresionó de él fue que lo llamara por su nombre de pila sin habérselo dicho.

También le dijo: “Vas camino a oriente como pocos osan hacerlo a tu edad. Bendito porque eres de los elegidos. No te diré que es fácil o difícil, porque depende de cada hombre escoger las sendas por donde transitar y los pasos que debe dar. Pero sí te diré algo: esta vida no te alcanzará para llegar allá. Porque no existe en este mundo un punto cierto del que se diga aquí es el oriente, pues donde llegues siempre habrá un oriente. Mas no te desanimes que marchar hacia el oriente es tu destino, hacia donde todo ser algún día deberá caminar. Lo importante no es llegar, es aprender por el camino, ver y disfrutar de los paisajes. Por eso puedes parar, mirar adelante, a los lados y atrás. Andar más rápido o más despacio pero nunca has de volver un paso atrás. Si lo haces, por cada paso que retrocedas, a final de cuentas para avanzar sumarás tres”.

Trató de narrarle su vida pero el alquimista lo detuvo: “Yo sé quién eres y por qué estás aquí. Eres el producto del caos que vive tu sociedad. Tu vida, como la de la mayoría, era regida por verbos como jugar, obedecer, estudiar, trabajar, poseer, aportar, sostener, sacrificar, dar y amar. Aunque de este último ignoran su significado. Por eso sufrías dolor, odio, estrés, depresión, confusión, ira, traición, codicia, violencia, egoísmo, envidia, guerra, frialdad y más… No hacías lo que querías, en tu caso escribir, porque temías no sobrevivir de esta labor, que es tu esencia divina. Para otros su esencia es pintar, componer, cantar, construir, sanar, reparar, cultivar, criar, enseñar, organizar, tejer, tallar y miles de oficios y artes más.

Escribías en tus ratos libres porque además temías el rechazo de los otros hombres y tu programa mental te hacía vulnerable a ese rechazo. ¡Cuántos desarrollan su talento en secreto por ese miedo…! ¡Enhorabuena! Venciste y por eso estás aquí”.







LA INTUICIÓN



“Todo me está saliendo excelente”, dijo el hombre. Irradiaba satisfacción. Después de casi tres años de pérdidas y crisis, sus negocios, en los que parecía haber perdido el fino olfato que lo caracterizaba, como por arte de magia estaban dando frutos, jugosos frutos: Sus negocios ahora marchaban muy bien, sus inversiones prosperaban y como si fuera poco había comprado una magnífica casa en un tranquilo sitio a un precio sorprendentemente bajo.

¿Suerte?

“No. Es la armonía de tu vibración con el mundo”, le respondió a la duda el alquimista. “Cuando un hombre encuentra su camino halla la paz interior y se conecta con la vibración cósmica. El Universo está en constante expansión, como lo han demostrado los astrofísicos modernos. Y lo hace en ondas vibratorias”. Le impresionó que el viejo maestro estuviera tan al día en ciencia.

“Ya comprendo”, dijo el hombre. “Por eso se ven personas a las que todo o casi todo parece salirles bien, sin esfuerzo. De las que decimos que tienen muy buena suerte”. El alquimista afirmó con un lento movimiento de cabeza.

“Escucha hijo: la suerte como tal no existe. El hombre sólo recoge lo que siembra, es una ley universal, la ley de la compensación. El hombre moderno se equivoca al concederle tanta preponderancia a la materia, cree que lo que vale es lo que se puede ver, tocar, olfatear, saborear, acumular, almacenar, sumar, multiplicar, contar e intercambiar. Una idea errada se sentó en el trono de la mente humana gracias a la cultura griega y su filosofía. Cultura que predominó y reina en la sociedad moderna. No es la materia, es la energía la que rige el Cosmos, el mundo y sus seres”.

“Es un poco ambiguo lo que dice”, replicó el hombre.        

“Para la mente sí, pero para la intuición no. En el fondo tú lo comprendes, sabes de qué te hablo. Resultado del materialismo es que le Hombre se fue por el cultivo de la mente y olvidó la intuición, se preocupa por la intelectualidad y el raciocinio, olvidando la espiritualidad y la percepción. Sólo te mostraré algo. Obsérvate: tu cuerpo no tiene batería, ni enchufe, no está conectado a la tierra ni a una fuente. Sin embargo sabes que tienes una energía vital, algo que te mueve y hace que tu cuerpo funcione y regule todos tus sistemas como el nervioso, el respiratorio, el digestivo, el cardiovascular, el linfático, el inmunológico y los demás que hacen de tus músculos, huesos y órganos un conjunto con vida armónica, no caótica. Energía que cuando eres concebido entra y cuando mueres sale. Porque también conoces la primera ley de la energía, probada por la física, la que dice que aquella no se crea ni se destruye sino que se transforma”.

“Sí, tiene razón, todos sabemos eso…” afirmó el hombre.

“No lo saben, lo intuyen, lo presienten. Pero son renuentes a creerlo, debe ser comprobado ante la mente. Por eso cuando se inventó el telégrafo inalámbrico tuvieron que aceptar que las ondas, que no son otra cosa que energía, no necesitaban de un canal o conducto material para transportarse. Al aceptarse dicho concepto se inició el vertiginoso desarrollo de las telecomunicaciones, y además, se aceptaron fenómenos como la telepatía”.

“Sin ir más lejos”, continuó el alquimista, “las antiguas culturas de América hicieron del espíritu el eje de su desarrollo científico, por eso la ciencia estaba tan ligada a sus religiones. Los ritos predominaban en la medicina, la astronomía, la agricultura y el saber en general. Civilizaciones como los toltecas y después los mayas en México y Centroamérica, los incas en el gran Perú y hasta las naciones indias de Norteamérica y del Cono Sur, basaban su conocimiento en la relación de su espíritu con el del Universo. El cual se manifiesta a través del fuego, del agua, de la tierra, del sol, de los vientos… Ellos sabían la importancia del mantener en armonía su energía con la del Cosmos”.

Después de una pausa agregó con un dejo de tristeza: “el materialismo de Occidente arrasó con ellos”.

El hombre guardó silencio.

“Pero no del todo”, reanudó el alquimista. “Sobrevive aún dicha sabiduría, era tan fuerte y sólida, que todavía hoy, quinientos años después, se conserva y se transmite. Estamos ante el renacimiento de estas culturas, ya se están dando los primeros signos”, advirtió.

“Ya entiendo. Por eso el hombre moderno se siente infeliz, incompleto e insatisfecho de modo permanente, inclusive cuando alcanza el anhelado éxito en lo material. Debido a que no cultiva su otro lado, el espiritual, el intuitivo, el perceptivo, el del sentimiento, la armonización de su energía. Seguro que los grandes inventos y descubrimientos se deben a la perseverancia de unos hombres y mujeres que intuían lo que encontrarían”, reflexionó el hombre.

“Tú lo has dicho”, concluyó el alquimista.







LA VOCACIÓN



Éxtasis, era la palabra con la que podría definirse cómo se sentía ese jueves, un día como cualquier otro en el que no esperaba acontecimiento extraordinario alguno. Sin embargo se sentía diferente, como si hubiera hecho el más grande descubrimiento de su vida. Se sentía feliz y poderoso.

Por fin hacía lo que siempre había querido hacer, desarrollar la esencia divina de su Ser, lo que realizaba con tal naturalidad y destreza que casi siempre le salía bien, sin cansancio, sin esfuerzo, sin preocuparse. Era el disfrute de su trabajo, de su verdadero trabajo. Para el que había nacido, para el que tenía vocación, para el que la Divina Providencia lo había dotado de talentos especiales. ¿Qué trabajo? ¡Qué importa cuál! Que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, que cada quien busque y encuentre el suyo.

El alquimista lo notó y sonriendo le dijo: “Es un secreto sencillo. Lo difícil de creer es que aunque todos lo intuyen pocos lo llevan a la práctica. Se llenan de miedos y se autoimponen barreras, se impiden a sí mismos hacer lo que su naturaleza les dicta”.

“Es que no es fácil…” murmuró el hombre.

El alquimista lo interrumpió y acercándosele le susurró: “es fácil, pero los hombres se encargan de hacerlo difícil entre sí. El trabajo es la puerta a la realización interior de cada ser, es la entrada a la plenitud. El error estriba en que las personas piensan que pueden realizar casi cualquier labor y buscan la que más pueda remunerarles. De ahí nacen el fracaso, la insatisfacción, la frustración, la codicia, la depresión, el estrés, la agresividad, la locura y los demás males de la sociedad contemporánea que hacen de la vida un infierno, que no debía serlo.

Cada trabajo debe ser hecho únicamente por quien nació para hacerlo. A cada ser se le dotó de uno, cinco o diez talentos como dice la famosa parábola, pero la mayoría teme no vivir de lo que recibió y lo entierra, busca lo que en apariencia le brinda seguridad y porvenir, gastando sus años productivos en lo que cree su profesión para finalmente descubrir que su vida es vacía, triste y superficial, pese a que posea un palacio, autos lujosos y mucho dinero en el banco. Se engaña diciéndose que cuando acumule tal cantidad de dinero se retirará a hacer lo que siempre ha querido o le gusta, pero ese día rara vez llega o es demasiado tarde.

Todo individuo debe auscultarse, aceptar y concientizarse de cuáles son sus habilidades, sus talentos, sus aptitudes, qué es lo que realmente disfruta hacer en esta vida. Encontrar su verdadera vocación y perfeccionarla por medio del estudio y de la práctica, sin preocuparse por la retribución o el lucro, ni por lo que espera la sociedad o su familia, menos por lo que pensarán o dirán de él”.

“Pero con frecuencia sucede que no es fácil descubrir nuestros propios talentos, porque la programación que desde muy niños nos han hecho los ocultan”, reparó el hombre.

“Es cierto”, aceptó el alquimista, “pero a la intuición una programación no la confunde. Así que cuando alguien, para poner un ejemplo, se da cuenta de que en su finca cultivando o labrando la tierra el tiempo se le pasa volando, que se olvida del mundo exterior, hasta de almorzar y que no ve la hora de que amanezca para de nuevo levantarse a seguir con su trabajo, ha descubierto su verdadera vocación o al menos una de ellas. Así mismo, a otros les sucederá igual en diferentes artes y oficios, no importando que tan ardua sea la labor.

Observa en la naturaleza a las hormigas o a las abejas, sociedades semejantes a la del hombre pero más simples y tal vez más perfectas. Allí cada cual ocupa el lugar que le corresponde desde su nacimiento: las guerreras defienden la comunidad e imponen el orden; las trabajadoras construyen, sostienen y proveen a la comunidad; las reinas dirigen y procrean; los zánganos, incluso, tienen la función específica de fertilizar a la reina para aumentar o reponer el número de miembros de la comunidad, a costa de sus vidas. No hay una de más ni una de menos, existen todas y todos los que se necesitan en el momento. Por lo que no tienen miseria, ni delitos, ni tensiones excesivas entre ellas, simplemente conviven ocupando cada una su lugar sin codiciar el de otra, confiando unas en otras, ¿o acaso has visto alguna hormiga consultando al psicoanalista?”

El hombre sonrió más por diplomacia que por causa de la pregunta con que concluyó el alquimista. Sentía cierta congoja ante lo que escuchaba. Decidió disimular, aunque sabía que no engañaría al alquimista, agregando: “ni tampoco he visto hormigas o abejas leyendo libros de autoayuda o superación”.

El alquimista prosiguió haciendo caso omiso al apunte: “Si el Hombre respetara sus propias leyes, las de la naturaleza, no las que él ha creado, encontraría la plenitud.

Es obligación de todo individuo encontrar su vocación y acrecentar sus talentos poniéndolos en práctica. Al hacerlo sirve a los demás y a él mismo. Por eso cada quien debe buscarla, encontrar su ser interior y no obstaculizar a quienes lo intentan. No criticar ni cuestionar a su hijo ni al hijo del amigo o a su hermano porque quiere ser mecánico, profesor, policía, enfermero, artista, cura, veterinario, soldado, ingeniero, agricultor o abogado… ¡Aunque de este último no estoy seguro, eh!”.

Rió el hombre.

“También está la cuestión de la ambición”, inquirió el hombre.

“Una trampa, eso es la ambición”. El alquimista observó la posición del sol y, tras una breve despedida en la que le prometió hablar del tema en la próxima ocasión, desapareció.


Continúa...

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