sábado, 15 de octubre de 2011

El tiempo de los robles (primicia editorial)

En exclusiva editorial, como primicia para los amables lectores de este blog, en simultánea con el blog http://territorio64.blogspot.com/ , presentamos a continuación los tres primeros capítulos del nuevo libro de Abel Carvajal:

El tiempo de los robles


Relatos inspirados en personajes y acontecimientos reales.


Por: Abel Carvajal



FOTO: Alfonso Carvajal Botero, Barrancabermeja, años 70´s.



PRIMERA PARTE


HISTORIAS DE ROBLES


A la memoria de Amparo Carvajal Botero.
Quien honró a Colombia con su nacimiento y a Venezuela con su muerte.



1

LA  APUESTA SECRETA


En los albores de los años 20´s en el pictórico pueblo antioqueño de Carolina del Príncipe, vivía don Abel Carvajal Múnera, hijo de un misterioso hombre mulato que había aparecido en el pueblo un día cualquiera de la segunda mitad del siglo XIX llamado Eusebio Carvajal del que poco o nada se supo, a lo mejor esclavo fugitivo o liberto o tal vez hijo de una esclava. Pues bien, don Abel había enviudado prematuramente y quedó de su breve matrimonio una hija a quien bautizó Graciela, quien para aquella época ya era una joven de unos 17 años, próxima a graduarse del colegio.

Don Abel, hábil negociante y emprendedor había también labrado una no despreciable fortuna. Cuentan que tuvo una secreta mina de oro en compañía de otros dos socios, quienes al morir los tres, se llevaron el secreto de la ubicación a la tumba tal vez honrando un antiguo pacto de caballeros, pues ni a sus hijos le enseñaron la tal mina. Por lo que la mina quedó en medio de la realidad y la leyenda. Pero lo cierto era que él de vez en cuando se aparecía en su casa con grandes chicharrones de oro puro. Probablemente ese oro fue la base de su riqueza, pues para la época de esta historia, él ya cercano a los 40 años, era dueño de dos fincas una de caña panelera y otra de ganado lechero con buenos caballos y mulas, de una gran casa en el pueblo, además de una tienda de granos y abarrotes situada en la misma plaza principal de Carolina. Así que fácilmente podía costearle a su única hija el mejor colegio de la región, un internado para señoritas en la pequeña ciudad de Yarumal, dirigido por monjas. A donde por lo menos una vez al mes iba a visitarla como padre responsable que era.

Un día mientras visitaba a Graciela, ella muy alegremente le presentó a su mejor amiga y compañera, uno o dos años mayor,  la bella joven Magdalena Botero, de familia de blanca estirpe radicada en Yarumal cuyos ancestro seguramente provenían de Italia, de acuerdo al apellido, pero con poco oro. El señor Carvajal quedó prendado, pero como en un buen romance la desprevenida presentación traería problemas.

El enamorado señor empezó a visitar con más frecuencia el internado, generoso en obsequios para con su hija y su compañera. Muy pronto, como mujer que era, percibió en las cada vez más   asiduas visitas de su progenitor el tono de Romeo, más aún cuando andaba cerca Magdalena, su mejor amiga hasta esos días. Sin perder tiempo la perspicaz hija recriminó de coqueta y traidora a la compañera, ordenándole alejarse de su padre, mientras a él le apuntilló la vergonzosa diferencia de edad que los separaba. “Pero el amor cuando llega así de esta manera uno no se da ni cuenta, no tiene horario ni fecha en el calendario…”, versa la canción “Caballo viejo”. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo, reza también el refrán.

Don Abel siguió con su cortejo a Magdalena haciendo caso omiso a las palabras de Graciela, que interpretó como pataleos de una hija celosa. Magdalena, presa de angustia no sabía qué decidir, estaba atrapada entre su corazón y la supuesta lealtad que le debía a la amiga.

A sus mejores amigos  él contó aquel problema en el que se hallaba, por un lado el amor filial a su hija y por el otro el rejuvenecedor sentimiento que crecía hacia la amiga de ella. Ellos no creían que pudiera prosperar ese iluso enamoramiento entre un hombre casi cuarentón y aquella muy joven dama, aconsejándolo olvidarla, sin embargo él estaba convencido de lo contrario. No tardó en lanzarse una apuesta, costumbre muy popular entre los antioqueños aún hoy en día, y el señor Carvajal que se tenía mucha confianza en las lides del galanteo, pues no faltaban los hijos ilegítimos que le adjudicaban una que otra señora del pueblo, aceptó. Se pactó entonces en secreto una apuesta, una grande, don Abel apostó a que antes de un año convertiría a la joven Magdalena Botero en su segunda esposa y los amigos apostaron en contra de tal evento, por supuesto.

El amor sumado al orgullo y a la ambición pesó más que los sentimientos hacia su hija. Desplegó el astuto señor toda su artillería, estrategia y tácticas para conquistar pronto el corazón de la hermosa Magdalena. Ante lo que Graciela trató de interponerse amenazando seriamente a su padre con jamás volver a poner un pie en casa si él continuaba con sus ridículas intenciones de cortejo hacia su antes amiga, maldiciendo la hora en que los presentó...

Esta historia continúa... en el libro EL TIEMPO DE LOS ROBLES, disponible en Amazon.



2

EL MOSCO GANADOR


No había pasado mucho tiempo desde que había finalizado la Segunda Guerra Mundial y Colombia estaba próxima a entrar en uno de los períodos más violentos de su historia. Mientras, en el apacible y frío pueblo de Carolina del Príncipe, enclavado en las montañas antioqueñas del país, en esa chicha calma que presagia una gran tormenta, sus pobladores se aburrían de la monotonía. ¡Hasta que a alguien se le ocurrió una idea para salir del tedio o tal vez  para ganar dinero fácil! ¿Qué cosa? Pues una apuesta, ¿qué más hacía hervir la sangre de aquellos antioqueños?

¿Qué clase de apuesta? Una carrera de caballos.

Existía en una finca cercana al pueblo un caballo negro famoso por su resistencia y velocidad, llamado El Mosco, del que se decía que no había en Carolina otro equino que le pudiera ganar. Entonces la idea era enfrentarlo con el mejor caballo del pueblo más cercano: Gómez Plata. Sí, con nombre de los dos apellidos de probablemente la familia fundadora de este municipio del Departamento de Antioquia, en el que  sus pobladores siempre han mostrado cierta rivalidad con los de Carolina y recíprocamente, lo que era más notable en aquellos tiempos. Se conformó pues un comité organizador que hablara primero con el propietario de El Mosco: don Abel Carvajal Múnera.

El patriarca don Abel, olfateó de inmediato una oportunidad de ganar una buena cantidad de dinero y aceptó. Luego se lanzó el reto a los líderes de Gómez Plata quienes como se esperaba no demoraron en aceptar. Se fijó entonces la carrera para un domingo determinado en el calendario, entre El Mosco y una famosa mula de Gómez Plata que contaba con gran cantidad de fanáticos, partiendo de la plaza de Carolina hasta la meta en la plaza de Gómez Plata, una distancia de más o menos una hora a todo galope.

El viejo roble conocía muy bien a su corcel y también a la célebre mula. No le quedaba ninguna duda que El Mosco ganaría de sobra. Así lo aseguró ante el comité organizador, los apostadores, los concejales, el alcalde, el cura… o lo que es lo mismo, a todo el pueblo. Las apuestas crecían cada día entre los corredores  oficiales ubicados en ambas plazas municipales. Pese al enfrentamiento de los dos pueblos, la codicia individual se impuso al orgullo municipal, pues muchos habitantes de Gómez Plata que conocían al veloz  Mosco, gracias a que don Abel tenía varios negocios allá y siempre se aparecía en su brioso azabache que despertaba más de una envidia, al que por veloz y negro lo bautizó así, inclinaron las apuestas muy a favor de El Mosco. Se acumuló una bolsa cuantiosa...

Esta historia continúa... en el libro EL TIEMPO DE LOS ROBLES, disponible en Amazon.


3

EL ATAÚD EN LA ESCALERA


Poco tiempo después de que Henry Ford y sus competidores organizaran la producción industrial en cadena de sus autos y camiones en los Estados Unidos, empezaron estos a circular por los rudimentarios caminos entre las montañas de Colombia. No demoró la creatividad criolla en adaptar y diseñar una pintoresca carrocería para camión, que facilitara el transporte tanto de gente con sus animales domésticos como de carga; fabricada en madera la mayor parte, abierta al costado de las bancas y con una fuerte plancha en el techo de modo que resistiera el peso de gran carga y más pasajeros. A este típico bus o camión lo llamaban “escalera” en el occidente y “chiva” en las demás regiones del país. Todavía hoy se les puede ver rodando, aunque ahora más como buses turísticos.

Los principales pueblos antioqueños contaban con sus flotas de escaleras, medio de transporte indispensable que unía a los pueblos entre sí y con la capital del departamento: Medellín. Estos pictóricos camiones impulsaron el comercio y desarrollo del país como nunca antes se había visto, pues llegaban hasta donde no el ferrocarril, por caminos donde sólo las mulas antes transitaban, gracias a miles de temerarios conductores o choferes y sus ayudantes.

Uno de estos valerosos hombres, en su momento joven ayudante de una escalera de la flota de Carolina y al que apodaban “Chispas”, a mediados del siglo XX, en un viaje de regreso desde Medellín casi ocasiona un grave y formidable accidente.

Aquel día en particular la escalera transportaba sobre el techo un lujoso ataúd para un hombre rico del pueblo que había muerto la noche anterior, pues los mejores carpinteros especialistas en las más adornadas mortajas estaban en Medellín. Arrancó el bus escalera con pocos pasajeros, pero por el camino como de costumbre paraba para recoger a muchos más, los que al ir trepando  preguntaban de quién era el féretro, Chispas quien cobraba el pasaje y ayudaba a escalar tanto la carga como a la gorda matrona que difícilmente lograba vencer la gravedad, o al campesino de corta estatura para quien el primer peldaño le quedaba arriba de su ombligo, les respondía con pocas palabras que la caja mortuoria era de don fulano de tal...

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PRÓXIMA ENTREGA: Capitulos 4, 5 y 6. ¡Con otros relatos increíbles de dos robles más...!


©2009, Abel Carvajal

©2011, versión corregida y ampliada por Abel Carvajal

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Abel Carvajal deja de escribir

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