Es mejor escribir como testimonio histórico sobre lo
que éramos y seremos. La virtualidad es contaminada y no es histórica, es
solo presencialidad para distraer la realidad de lo que somos.
Escribir es a fin de cuentas un acto de egolatría, de vanidad, de búsqueda
de reconocimiento, si vamos al fondo de la cuestión. Es decir, se engaña al
lector, en parte y, se le llama literatura.
Incluso escribir textos académicos o de historia o de cualquier tema no
literario, en el fondo es un acto de vanidad y de búsqueda de reconocimiento,
siendo honestos. Así se disfrace o se justifique de necesidad, educación o
altruismo. Y agárrese fuerte: Más aún, si se es un filósofo o un intelectual
académico.
El autor al escribir trata de realizar una demostración de sublime inteligencia, de
la sabiduría que lo habita. Una vanidad originada en la levedad de su ser,
inaceptable para él. Una demostración de erudición ante los demás. Vanidad,
todo es vanidad en este mundo, escribió en un acto de sinceridad el Rey Salomón,
autor de libro bíblico Eclesiastés.
Y más notable esa búsqueda insaciable que se observa en los hijos de los
antiguos siervos de los nobles. Búsqueda de títulos académicos cuando no de
otros títulos y gallardetes profesionales, para igualar, en sus frustradas
mentes, a los antiguos nobles que daban látigo a sus ancestros. Incluso títulos
de libros. ¡Cuántos libros se ha escrito hoy en el mundo! Millones de libros, inútiles la
mayoría, cargados de mucha paja y de poco trigo, como este escrito probablemente.
Así que trataré de desechar la mayor paja posible, a ver si el lector encuentra
las espigas con más facilidad.
Otros en cambio o, además, buscan otros títulos: los títulos valores. El dinero mismo
es representado por un título llamado billete, papel moneda. Para tratar de
elevarse por encima de los otros, pero siempre serán los hijos de los antiguos
siervos de los nobles, aunque crean que sus títulos valores o números impresos
en sus extractos bancarios desaparecerán de sus sombras a sus ancestros, los siervos o, peor,
los esclavos. Otros, creen que los títulos de poder, como presidente,
vicepresidente, gobernador, senador, alcalde, gerente, general, coronel, capitán, etc., los
harán como antaño unos nobles. La mayoría, la inmensa mayoría de los humanos de
hoy provienen de siervos y esclavos, pues pocos eran los aristócratas y muchos
sus sirvientes, muchos sus aldeanos, muchos sus peones, muchos sus soldados que
morían por esos pocos que dominaron, dominaban y dominan la Tierra.
El siglo XXI es un mundo lleno de vanidades, de hijos de siervos que
quieren aparentar un origen diferente con títulos y títulos por doquier,
impresos y digitales, en sus paredes y en sus maquinitas electrónicas y hasta
en papeles en sus bolsillos. Pretenden alcanzar una dignidad ilusa, con títulos y más títulos, dignidad
de la que jamás gozaron sus ancestros, aquellos siervos de los nobles. Creyendo en la también ilusa igualdad entre los hombres.
Irónicamente ahora estos hijos de antiguos siervos buscan que otros les
sirvan, nuevos siervos que sin desparpajo llaman servidumbre, trabajadores,
obreros, asalariados, soldados, para exorcizar lo que sus ancestros fueron: también
siervos e igualmente esclavos. Así mismo, querrán que sus hijos no sean siervos, a ver si
consiguen en el futuro un linaje que los haga olvidar lo que fueron, lo que son
y lo que serán, los hijos de los antiguos siervos y esclavos de los elegidos.
Algunos, más patéticos aún, creen que el color blanquito de su piel les
otorga tal nobleza. Olvidan o ignoran que los primeros nobles, los que
originaron la nobleza, los reyes de Babilonia y los faraones de Egipto tenían piel
oscura.
Hoy, los hijos de aquellos
antiguos siervos y esclavos solo causan risa a los inmortales.
Continúa en quince días...