miércoles, 15 de octubre de 2014

CAMINO A ORIENTE (II): La Ambición, Los Cuatro Elementos y La Sabiduría


LA AMBICIÓN



Ver  televisión había dejado de ser un vicio para él, ahora era el simple disfrute de un entretenimiento moderno, sin horario ni obsesión. Casualmente al cambiar de canal vio una agresiva disputa entre dos políticos candidatos al solio presidencial.

“¿Qué lleva a los hombres a esto?” se preguntó.

El alquimista lo escuchó. Decidió responderle, se incorporó de su mesa de trabajo y bajó hasta donde él. Le habló con apenas un susurro para no asustarlo:

“Aparentemente la ambición es la que mueve a los hombres a luchar por el poder, la fama o el dinero. Pero detrás de la ambición está el ego como el verdadero protagonista, que es lo mismo que la vanidad.

Los humanos que no han encontrado su camino creen que la plenitud se logra cuando se alcanza lo que se ha denominado éxito. Se les ha hecho creer que el rico es feliz, el poderoso feliz o el famoso es feliz, así digan  que se trata de realización personal. Pese a que intuyen y oyen decir que eso es basura no lo aceptan y malgastan su vida tras esa meta inexistente. Les pasa lo que a los atletas que participan en una carrera y corren porque ven a otros a su lado corriendo pero ninguno en realidad sabe dónde queda la meta. Todos están perdidos… y cansados. Y mientras más cansados menos dispuestos están a aceptar que la carrera no es ahí, es más, que no existe tal carrera.

Creen que con dinero, con montones de billetes, podrán adquirir bienes y servicios que los harán felices. Incluso sueñan despiertos pensando en la envidia que generarán entre sus amigos, compañeros, conocidos y demás, inflando así su ego. Vanidad ni más ni menos, que los insta a mantener la lucha por conseguirlo.

Igual entre quienes buscan poder o fama, sólo quieren satisfacer su ego, que los reconozcan como triunfadores, que digan de ellos que alcanzaron el éxito en la vida.

Al final de sus vidas, cuando ya es demasiado tarde, es cuando advierten que estaban engañados.

La ambición mantiene a sus víctimas en constante pelea con el mundo, con ellos mismos, como el león al acecho de una presa muy escurridiza. Les genera tensión, ansiedad y finalmente depresión cuando no la satisfacen. Es uno de los factores más perturbadores en la vida del individuo que se ha hecho esclavo de ella. La codicia es el caso más severo”.

“¡Vaya discurso!”, atinó a decir el hombre. Después de una breve reflexión preguntó: “¿Entonces nadie debe ambicionar nada?”

“Aunque sea difícil de aceptar, así es. Confórmate con lo que tienes y disfrútalo, no necesitas ni más ni menos de lo que la vida te da para ser feliz. El problema radica en que no dejan los humanos de compararse entre sí, lo que tienen y lo que no. Una envidia que muchas veces genera la codicia.

Pero no se debe caer en el extremo opuesto: el desinterés o el conformismo. Nada más hay que hacer lo que la naturaleza le dicta a cada uno. Que es muy diferente a lo que la mente dicta.

Los dictados de la mente ocasionan vida turbulenta, mientras que los del corazón dan una vida de sosiego.

Para que entiendas lo que acabo de decir no escuches a través del filtro analítico de y cuestionador de la mente, hazlo con el intuitivo corazón. El corazón es mejor consejero que la mente. Se equivoca ella muchas veces, pero él jamás. Lo que sucede es que no lo escuchamos bien sino que oímos lo que queremos oír”, dijo el alquimista.

“Entiendo”, repuso el hombre y agregó: “Por eso ya sabes quién dijo, hace casi dos mil años, que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar al Reino de los Cielos. Se refería, no al hecho de que poseer dinero fuese dañino, sino al motor que impulsaba a buscarlo y poseerlo. El Reino de los Cielos es también la felicidad, la plenitud del Hombre aquí en la Tierra, además de encontrarla en la otra vida. Pero la plenitud no se alcanza con codicia, envidia o ego inflado con dinero, poder o fama. Sólo llega cuando se está libre de esas pesadas cargas, ligero, despreocupado como un niño”, concluyó.

“¡Bravo!” aplaudió el alquimista. “Vas por el camino correcto a oriente.

Y para ser más claro en su mensaje, el Maestro dijo además que había que ser como un niño para entrar al Reino de los Cielos. Actúa y sé como un niño, así encontrarás la plenitud, que está aquí y ahora en ti.

El día en que los hombres se revelen contra ese esquema o programa que llaman Ambición mejorará  su sociedad y en consecuencia sus vidas. Estarán a un paso de hallar la plenitud, sentirán el éxtasis y estarán más cerca de la realización de la especie humana”.





LOS CUATRO ELEMENTOS



Como lo acostumbraba al medio día, el hombre realizaba una sesión de relajación, la que practicaba desde la adolescencia con un fin nada distinto al de revitalizar su cuerpo. Nadie le había enseñado, la naturaleza se lo pidió a través de la modorra que a esas horas lo invadía. Tanto así, que un día en que no hizo su “siesta-relajación”, luego, a la una de la tarde en plena reunión de trabajo se durmió frente a su jefe.

La naturaleza es sabia, por alguna razón entre el medio día y las tres de la tarde, los animales y los humanos entran en estado de letargo. Los mamíferos duermen, los pájaros dejan de cantar y las demás aves dejan de volar. Los humanos sienten la pesadez de sus párpados y muchos caen en un corto sueño, una siesta. Pareciera que cuando el sol está en su cénit hay que hacer un alto en la jornada, descansar, recargar la energía vital. Para quienes viven en el campo esto es más evidente que para los citadinos.

El método que él seguía era sencillo: acostado bocarriba, con los brazos y piernas extendidos, cerraba sus ojos, regulaba su ritmo respiratorio y dejaba vagar la mente hasta caer en un estado intermedio entre el sueño profundo y el sueño consciente. Comparaba aquello con flotar sobre el mar: si se sumergía caía en verdadero sueño, mientras más profundo buceara más profundo dormía. A los treinta minutos exactos, como programado, salía de ese delicioso trance. Apenas si sentía sus extremidades, su cuerpo le pesaba como piedra. Lentamente se movía hasta levantarse.

El alquimista lo observó y le dijo: “Haces muy buen manejo de tu energía, vivirás muchos años si de muerte natural has de irte de esta vida. Si todos los hombres y mujeres administraran mejor su energía vital, serían más saludables física y mentalmente. Muchos creen que tienen una fuente propia inagotable cuando el Hombre mismo no ha podido descubrir una que lo sea”.

“Tenemos algo así como una batería que requiere recargue continuo, ¿cierto?”

“Correcto”, respondió el alquimista. “Se recarga cuando la actividad física consciente se anula y cuando las ondas cerebrales se disminuyen a niveles mínimos. Esto se logra a través del sueño, de la relajación o de la meditación”.

“Bueno, eso lo sabe casi todo el mundo”, dijo el hombre.

“Sí. Pero lo que muchos ignoran es que se regula por medio de la respiración, a través del elemento aire”.

“¿El elemento aire?”

“Así es, todos los elementos nos dan su energía: tierra, aire, fuego y agua. ¿No crees?

El elemento aire es tan vital que bastan tres minutos sin éste para desfallecer. Con la respiración regulas su entrada y salida, su fluir por el cuerpo. Tu energía vital depende del aire.

Realiza el siguiente ejercicio: acostado relajadamente bocarriba toma y bota el aire de manera rápida y profunda por diez minutos. Eso se llama hiperventilación prolongada. Al cabo de un rato sentirás como una comezón inicial en tu cuerpo, que se transformará en cosquillas, que sentirás en algunas partes específicas y es posible que sientas hasta extrañas sensaciones. Es porque estás moviendo energía.

Pero sólo hazlo una vez para que descubras tu energía, pues puede ser peligroso, las sobrecargas lo son. Más bien, con frecuencia toma conciencia de tu propia respiración y llena tus pulmones de aire”.

Hizo una pausa el alquimista y prosiguió: “El elemento tierra. Es claro que su principal fuente de energía la tomamos en forma de alimento que directa o indirectamente proviene de ella. Pero también existen otras formas. Recuerda el bienestar que sientes en medio de un bosque, en la cumbre de una montaña o bajo la sombra de un árbol.

Haz el siguiente ejercicio: con los pies desnudos, camina sobre la grama de un jardín, luego pon tus manos sobre el tronco de un árbol, cierra tus ojos, apaga tu mente y siente el cosquilleo del árbol entre tus manos y la corteza, es energía. Realízalo con frecuencia, mejor en las mañanas, armonízate con la Tierra.

El máximo símbolo, el mayor poderío del elemento fuego se ve en el astro rey, el sol. Sobra decir cuánta energía nos da, sin él no existiría la vida tal y como la conocemos en este planeta.

Practica este otro ejercicio: en las mañanas también, párate frente al sol, cierra los ojos y balancea tu cabeza suavemente de un lado a otro como un péndulo invertido… Siente cómo, por tres minutos, sus rayos te alimentan, te energizan. Abre los ojos por unos segundos de manera regular pero sin mirarlo directamente, él exige respeto, mira más bien las nubes cercanas. Su energía es tan fuerte que te enceguecerá si lo miras directamente. Tal vez sientas un cosquilleo en tu cabeza e inevitables deseos de estornudar, su energía te ha penetrado. Te aseguro que tu salud se robustecerá.

El agua…”

“¡Mi elemento favorito!”, interrumpió el hombre.

“El agua, magnífico y misterioso elemento, el que abunda en este planeta pero del que el Hombre da cuenta sin misericordia. Tan importante es que cuatro de cada cinco partes del cuerpo humano se componen de agua. Todos sabemos lo revitalizador que es tomar un baño de agua, chapotear en un río o en un lago, sumergirse en el mar… La mar, porque es una madre. El agua significa limpieza, purificación, claridad. No en balde te bautizaron con agua”.

“¿Algún ejercicio en el agua?”, preguntó el hombre.

“Todo el que puedas en ella: nada, juega, bucea, practica deportes en y con ella. Disfrútala. Toma conciencia de su energía cuando la tomes, nades y hasta de bañes… Te recomiendo tomar dos vasos de agua en ayunas, todos los días. Lavan y revitalizan tus órganos.

Siente los cuatro elementos, armoniza tu cuerpo con ellos y encontrarás equilibrio con el Cosmos, con el Ser Supremo”.

El hombre se dispuso a partir pero el alquimista lo detuvo diciéndole: “Tengo algo para ti”. Fue hasta su mesa de trabajo, tomó un rollo de papel y se lo entregó.

El hombre empezó a desenrollarlo pero el alquimista levantando su mano diestra le indicó que no lo hiciera: “Sal de la casa al jardín y allí lo leerás, con serenidad”





LA SABIDURÍA



Se sentó cómodamente sobre una mecedora de mimbre en el pequeño y bien cuidado jardín de su casa. Observó detenidamente el pergamino enrollado que le había dado el alquimista, parecía antiguo en verdad. Empezó a desenrollarlo. Un rollo largo, manuscrito con bella caligrafía en tinta negra.

El texto estaba escrito en una lengua desconocida para él. Sin embargo al comenzar a leer el primer párrafo descubrió que misteriosamente lo entendió:

“Desde el comienzo de la humanidad los hombres han buscado la razón de su existir, de comprobar su origen divino y por ende de encontrar a Dios”

Buscó quién era el autor de estas palabras escritas quién sabe hace cuánto tiempo, pero ni al final ni al inicio se hallaba nombre o firma alguna.

Continuó leyendo:

“A través de la religión, de la filosofía y de la ciencia han tratado de darse explicaciones, pero en todas siempre queda la duda. Ninguna certeza absoluta. Porque la mayoría de los humanos sólo creen en lo que ven, en lo que su mente puede explicar, pese a que algunos milagros o fenómenos inexplicables se dan de cuando en cuando. Adjudicándole a la casualidad más de lo que es. Palabra inventada por el Hombre para explicar  lo que no comprende, pues es fácil culpar al azar de lo que no tiene razón de ser, de acuerdo con la lógica.

Cuando no se entiende se niega la existencia del ser o cosa incomprendida. A tal punto han llegado algunos que niegan la existencia del Ser Supremo que lo rige todo, porque en su razón no cabe el quién, el cómo y el cuándo de la Creación y administración del inconmensurable Cosmos.

La negación es el miedo. No creer en lo que no tiene una explicación o justificación lógica es sólo temor a no entender lo que sucede alrededor, a no comprender el mundo, el universo y sus leyes. Temen muchos humanos en el fondo perder el supuesto control de sus vidas, a aceptar lo ínfimo y primitivo que es el Hombre.

Es como si a un ciego de nacimiento se le tratara de explicar cómo son las nubes del cielo y sus colores, y que al no lograr entender optara por negar la existencia de algo que le dicen es tan maravilloso. Prefiriendo no creer a aceptar lo que no ve o comprende. Pensaría la razón de este ciego: “si no es entendible para mí es porque no existe, es mentira o invento de los demás…” Aunque puede tratar de aproximarse al concepto del color a través de los demás sentidos en objetos más cercanos y palpables, le será muy difícil entender con la razón cómo es el cielo, su color celeste y las nubes.

Lo que existe se puede negar pero no por eso dejará d existir, téngase o no explicación del por qué y para qué.

No se deben buscar respuestas para todo en el Cosmos, porque no todo fue creado para entenderse sino porque tiene que estar ahí. ¿Para qué existe una rosa? Para dar belleza al mundo, respondería alguien. Pero, ¿quién puede asegurarlo, si la belleza es subjetiva o un simple concepto humano? Si las rosas existieran y los hombres no, entonces ¿para qué existiría una rosa? ¿Dejaría de existir?

De qué les sirve a los humanos comprenderlo todo. Acaso para reafirmar su creencia de que es la especie más inteligente del universo.

Si lo dudan es porque lo temen, si lo temen es porque lo intuyen, si lo intuyen es porque lo sienten, si lo sienten es porque son lo que temen. No son la especie más inteligente de la Creación, ni siquiera los más importantes. La humanidad puede desaparecer completamente en un instante y el universo ni cuenta se daría, sería como un grano de arena menos en el desierto. Un golpe irresistible para el ego, difícil para el Hombre aceptar que no es lo máximo ni lo supremo en el Cosmos. Nada más es una parte de él, una muy pequeñísima parte. Quien lo acepte será humilde.

La humildad de pensamiento es condición infaltable para alcanzar la sabiduría, el gran conocimiento. Éste no se adquiere con la mente sino con el corazón. No con la razón sino con la percepción. La primera es de origen humano, la segunda proviene del Ser.

Cuando los hombres apaguen su mente y enciendan la llama Divina de su corazón entenderán todo. Comprenderán que no hay que entender sino sentir. La verdadera sabiduría no consiste en comprender sino en saber aprovechar lo mucho que existe alrededor. No es más sabio quien más conoce y entiende sino el que más disfruta del mundo, de la vida. La verdadera inteligencia no consiste en saber más sino en vivir mejor.

¿Cuál especie es más sabia: los delfines del mar que viven en armonía con la naturaleza en su elemento, o los hombres que viven sujetos a normas, leyes y obligaciones impuestas por ellos mismos, haciendo la vida de su especie conflictiva y caótica? Ambas especies poseen gran inteligencia lenguaje propio y son mamíferos… Pero los delfines se limitaron a disfrutar del mundo a través de su naturaleza, a sentir que el mundo fue un obsequio Divino. Mientras, los humanos quisieron someter la naturaleza primero y luego a los mismos hombres bajo la justificación de que su inteligencia les dio ese derecho. Se sintieron los reyes de la Creación, o peor, los dueños. Se engañaron con lo que denominan civilización y progreso, consecuencia de su sobrestimada ciencia y sabiduría, no obstante su primitivo raciocinio”.

Él estaba estupefacto y todavía le faltaba mucho por leer. Buscó el título de este antiguo manuscrito pero tampoco lo encontró.

“¿Quién escribiría esto?”, se preguntaba. “¿De qué se trata realmente?”. Y el alquimista no aparecía.


Continúa...

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