miércoles, 29 de octubre de 2014

CAMINO A ORIENTE (III): La Felicidad, Los Tres Poderes y El Amor



LA FELICIDAD



“¡Cuántos humanos quisieran vivir como los delfines del océano que nadan, juegan, saltan y aman sin reglas ni restricciones! Sin tener que pensar en obligaciones, en dinero, en trabajar, en estudiar, en solucionar problemas, en aparentar ante otros, en cuidar sus posesiones materiales. ¿Acaso son los hombres más felices y libres que estos maravillosos cetáceos o que cualquier otro mamífero o ave de la Tierra? ¿Por qué otros seres de la Creación pueden ser felices mientras el Hombre, el heredero de Dios en la Tierra, anhela serlo sin lograrlo?”

Las palabras del antiguo pergamino eran contundentes. ¿De dónde lo habría sacado el alquimista? ¿Lo habría escrito él o también se lo habrían obsequiado? ¿Lo escrito aquí serviría realmente a los humanos?... Eran los cuestionamientos que deseaba plantearle al alquimista.

Prosiguió la lectura:

“La felicidad es un estado natural de armonía en el mundo, no es un concepto de la mente humana, por eso los seres con supuesta menor inteligencia, lo animales, lo logran desde su nacimiento, mientras los hombres pueden morir y nacer mil veces sin sentirla. Su mente los traiciona y los confunde. Creen que la felicidad es una explosión anímica, placer, emoción positiva al alcanzar las metas impuestas por su sociedad, por otros humanos o por sí mismos.

Se engañan pensando que el poseer dinero, salud, admiración, reconocimiento, poder o determinados bienes les dará felicidad. Se dicen a sí mismos: el día en que acumule tal cantidad de dinero seré feliz, el día en que tenga una casa como la he soñado seré feliz, el día en que me pueda retirar a vivir de una renta seré feliz, el día en que obtenga el auto que me gusta seré feliz, el día en que me cure de esta enfermedad seré feliz… Y ese día tal vez llegue o no. Si así sucede, tendrán una emoción jubilosa o una alegría que durará relativamente poco, pues al tiempo se cansarán o se olvidarán de lo anhelado y el objeto de su deseo para ser felices cambiará. Pero si nunca llega ese día serán infelices porque así se han programado.

Los hombres se aferran a una idea de felicidad que proviene de un concepto errado, lo llaman éxito.

El éxito no existe. Las metas no existen. Las posesiones no existen. La seguridad no existe… Todo es basura creada por la mente de los hombres. ¿Qué es el éxito para un colibrí? No sabe qué es el éxito y sin embargo siempre encuentra su alimento, el más delicioso manjar en el polen de las flores y el feliz. ¿Qué metas se traza una ballena? Ningún ser es de mayor tamaño que ella y vive sin metas, sin afanes, sin ambiciones, es feliz. ¿Qué bienes materiales posee el león? Ninguno, no obstante se le considera el rey de la selva y vive feliz. ¿Acaso existen las fronteras para las águilas, los halcones y los cóndores? Ciertamente no, y son felices. ¿Sabe una delicada flor que será cortada o pisoteada o que vivirá poco? No y pese a eso florece.

La mente de los hombres es la que ha creado una serie de conceptos que sólo les hacen la vida miserable....

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LOS TRES PODERES



Saludó con una espontánea sonrisa a las jóvenes recepcionistas del gimnasio, al que acostumbraba ir tres o cuatro veces por semana al caer la tarde. Aunque no era un idólatra del cuerpo sí se preocupaba por mantener una buena condición física. Creía firmemente en aquella máxima de “mente sana en cuerpo sano”.

Sin embargo él no veía la hora, aquella tarde, de concluir la sesión para regresar a su casa y continuar leyendo ese misterioso pergamino que el alquimista le había entregado.

Esa noche en el gimnasio se le acercaron tres chicas en diferentes ocasiones. Percibía que las atraía sin proponérselo, sentía que irradiaba cierto magnetismo, de algún modo una de ellas así se lo dio a entender. “Parece que la paz interior de la que gozo ahora se refleja al exterior y las mujeres tienen como una especie de radar para percibir este estado. Ellas ven más allá que el mero cuerpo, no son como nosotros los hombres...”

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 EL AMOR



Al despertar recordó algunas escenas difusas del sueño que acababa tener. Meditó sobre su significado, pues sabía que la causa era el pergamino.

“¡Ya sé!”, dijo castañeando sus dedos: “Las religiones se rigen por símbolos a los que le cristianismo no es ajeno… Por supuesto, está claro como el agua. Los tres Poderes están representados por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El amor corresponde al Padre, pues fuimos creados por y con amor. El perdón está simbolizado en el Hijo, Él vino a perdonarnos, a perdonar nuestros pecados. Y el Espíritu Santo representa la Fe, el creer, lo intangible, lo invisible, el Poder como tal”...

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miércoles, 15 de octubre de 2014

CAMINO A ORIENTE (II): La Ambición, Los Cuatro Elementos y La Sabiduría


LA AMBICIÓN



Ver  televisión había dejado de ser un vicio para él, ahora era el simple disfrute de un entretenimiento moderno, sin horario ni obsesión. Casualmente al cambiar de canal vio una agresiva disputa entre dos políticos candidatos al solio presidencial.

“¿Qué lleva a los hombres a esto?” se preguntó.

El alquimista lo escuchó. Decidió responderle, se incorporó de su mesa de trabajo y bajó hasta donde él. Le habló con apenas un susurro para no asustarlo:

“Aparentemente la ambición es la que mueve a los hombres a luchar por el poder, la fama o el dinero. Pero detrás de la ambición está el ego como el verdadero protagonista, que es lo mismo que la vanidad.

Los humanos que no han encontrado su camino creen que la plenitud se logra cuando se alcanza lo que se ha denominado éxito. Se les ha hecho creer que el rico es feliz, el poderoso feliz o el famoso es feliz, así digan  que se trata de realización personal. Pese a que intuyen y oyen decir que eso es basura no lo aceptan y malgastan su vida tras esa meta inexistente. Les pasa lo que a los atletas que participan en una carrera y corren porque ven a otros a su lado corriendo pero ninguno en realidad sabe dónde queda la meta. Todos están perdidos… y cansados. Y mientras más cansados menos dispuestos están a aceptar que la carrera no es ahí, es más, que no existe tal carrera.

Creen que con dinero, con montones de billetes, podrán adquirir bienes y servicios que los harán felices. Incluso sueñan despiertos pensando en la envidia que generarán entre sus amigos, compañeros, conocidos y demás, inflando así su ego. Vanidad ni más ni menos, que los insta a mantener la lucha por conseguirlo.

Igual entre quienes buscan poder o fama, sólo quieren satisfacer su ego, que los reconozcan como triunfadores, que digan de ellos que alcanzaron el éxito en la vida.

Al final de sus vidas, cuando ya es demasiado tarde, es cuando advierten que estaban engañados.

La ambición mantiene a sus víctimas en constante pelea con el mundo, con ellos mismos, como el león al acecho de una presa muy escurridiza. Les genera tensión, ansiedad y finalmente depresión cuando no la satisfacen. Es uno de los factores más perturbadores en la vida del individuo que se ha hecho esclavo de ella. La codicia es el caso más severo”.

“¡Vaya discurso!”, atinó a decir el hombre. Después de una breve reflexión preguntó: “¿Entonces nadie debe ambicionar nada?”

“Aunque sea difícil de aceptar, así es. Confórmate con lo que tienes y disfrútalo, no necesitas ni más ni menos de lo que la vida te da para ser feliz. El problema radica en que no dejan los humanos de compararse entre sí, lo que tienen y lo que no. Una envidia que muchas veces genera la codicia.

Pero no se debe caer en el extremo opuesto: el desinterés o el conformismo. Nada más hay que hacer lo que la naturaleza le dicta a cada uno. Que es muy diferente a lo que la mente dicta.

Los dictados de la mente ocasionan vida turbulenta, mientras que los del corazón dan una vida de sosiego.

Para que entiendas lo que acabo de decir no escuches a través del filtro analítico de y cuestionador de la mente, hazlo con el intuitivo corazón. El corazón es mejor consejero que la mente. Se equivoca ella muchas veces, pero él jamás. Lo que sucede es que no lo escuchamos bien sino que oímos lo que queremos oír”, dijo el alquimista.

“Entiendo”, repuso el hombre y agregó: “Por eso ya sabes quién dijo, hace casi dos mil años, que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar al Reino de los Cielos. Se refería, no al hecho de que poseer dinero fuese dañino, sino al motor que impulsaba a buscarlo y poseerlo. El Reino de los Cielos es también la felicidad, la plenitud del Hombre aquí en la Tierra, además de encontrarla en la otra vida. Pero la plenitud no se alcanza con codicia, envidia o ego inflado con dinero, poder o fama. Sólo llega cuando se está libre de esas pesadas cargas, ligero, despreocupado como un niño”, concluyó.

“¡Bravo!” aplaudió el alquimista. “Vas por el camino correcto a oriente.

Y para ser más claro en su mensaje, el Maestro dijo además que había que ser como un niño para entrar al Reino de los Cielos. Actúa y sé como un niño, así encontrarás la plenitud, que está aquí y ahora en ti.

El día en que los hombres se revelen contra ese esquema o programa que llaman Ambición mejorará  su sociedad y en consecuencia sus vidas. Estarán a un paso de hallar la plenitud, sentirán el éxtasis y estarán más cerca de la realización de la especie humana”.





LOS CUATRO ELEMENTOS



Como lo acostumbraba al medio día, el hombre realizaba una sesión de relajación, la que practicaba desde la adolescencia con un fin nada distinto al de revitalizar su cuerpo. Nadie le había enseñado, la naturaleza se lo pidió a través de la modorra que a esas horas lo invadía. Tanto así, que un día en que no hizo su “siesta-relajación”, luego, a la una de la tarde en plena reunión de trabajo se durmió frente a su jefe.

La naturaleza es sabia, por alguna razón entre el medio día y las tres de la tarde, los animales y los humanos entran en estado de letargo. Los mamíferos duermen, los pájaros dejan de cantar y las demás aves dejan de volar. Los humanos sienten la pesadez de sus párpados y muchos caen en un corto sueño, una siesta. Pareciera que cuando el sol está en su cénit hay que hacer un alto en la jornada, descansar, recargar la energía vital. Para quienes viven en el campo esto es más evidente que para los citadinos.

El método que él seguía era sencillo: acostado bocarriba, con los brazos y piernas extendidos, cerraba sus ojos, regulaba su ritmo respiratorio y dejaba vagar la mente hasta caer en un estado intermedio entre el sueño profundo y el sueño consciente. Comparaba aquello con flotar sobre el mar: si se sumergía caía en verdadero sueño, mientras más profundo buceara más profundo dormía. A los treinta minutos exactos, como programado, salía de ese delicioso trance. Apenas si sentía sus extremidades, su cuerpo le pesaba como piedra. Lentamente se movía hasta levantarse.

El alquimista lo observó y le dijo: “Haces muy buen manejo de tu energía, vivirás muchos años si de muerte natural has de irte de esta vida. Si todos los hombres y mujeres administraran mejor su energía vital, serían más saludables física y mentalmente. Muchos creen que tienen una fuente propia inagotable cuando el Hombre mismo no ha podido descubrir una que lo sea”.

“Tenemos algo así como una batería que requiere recargue continuo, ¿cierto?”

“Correcto”, respondió el alquimista. “Se recarga cuando la actividad física consciente se anula y cuando las ondas cerebrales se disminuyen a niveles mínimos. Esto se logra a través del sueño, de la relajación o de la meditación”.

“Bueno, eso lo sabe casi todo el mundo”, dijo el hombre.

“Sí. Pero lo que muchos ignoran es que se regula por medio de la respiración, a través del elemento aire”.

“¿El elemento aire?”

“Así es, todos los elementos nos dan su energía: tierra, aire, fuego y agua. ¿No crees?

El elemento aire es tan vital que bastan tres minutos sin éste para desfallecer. Con la respiración regulas su entrada y salida, su fluir por el cuerpo. Tu energía vital depende del aire.

Realiza el siguiente ejercicio: acostado relajadamente bocarriba toma y bota el aire de manera rápida y profunda por diez minutos. Eso se llama hiperventilación prolongada. Al cabo de un rato sentirás como una comezón inicial en tu cuerpo, que se transformará en cosquillas, que sentirás en algunas partes específicas y es posible que sientas hasta extrañas sensaciones. Es porque estás moviendo energía.

Pero sólo hazlo una vez para que descubras tu energía, pues puede ser peligroso, las sobrecargas lo son. Más bien, con frecuencia toma conciencia de tu propia respiración y llena tus pulmones de aire”.

Hizo una pausa el alquimista y prosiguió: “El elemento tierra. Es claro que su principal fuente de energía la tomamos en forma de alimento que directa o indirectamente proviene de ella. Pero también existen otras formas. Recuerda el bienestar que sientes en medio de un bosque, en la cumbre de una montaña o bajo la sombra de un árbol.

Haz el siguiente ejercicio: con los pies desnudos, camina sobre la grama de un jardín, luego pon tus manos sobre el tronco de un árbol, cierra tus ojos, apaga tu mente y siente el cosquilleo del árbol entre tus manos y la corteza, es energía. Realízalo con frecuencia, mejor en las mañanas, armonízate con la Tierra.

El máximo símbolo, el mayor poderío del elemento fuego se ve en el astro rey, el sol. Sobra decir cuánta energía nos da, sin él no existiría la vida tal y como la conocemos en este planeta.

Practica este otro ejercicio: en las mañanas también, párate frente al sol, cierra los ojos y balancea tu cabeza suavemente de un lado a otro como un péndulo invertido… Siente cómo, por tres minutos, sus rayos te alimentan, te energizan. Abre los ojos por unos segundos de manera regular pero sin mirarlo directamente, él exige respeto, mira más bien las nubes cercanas. Su energía es tan fuerte que te enceguecerá si lo miras directamente. Tal vez sientas un cosquilleo en tu cabeza e inevitables deseos de estornudar, su energía te ha penetrado. Te aseguro que tu salud se robustecerá.

El agua…”

“¡Mi elemento favorito!”, interrumpió el hombre.

“El agua, magnífico y misterioso elemento, el que abunda en este planeta pero del que el Hombre da cuenta sin misericordia. Tan importante es que cuatro de cada cinco partes del cuerpo humano se componen de agua. Todos sabemos lo revitalizador que es tomar un baño de agua, chapotear en un río o en un lago, sumergirse en el mar… La mar, porque es una madre. El agua significa limpieza, purificación, claridad. No en balde te bautizaron con agua”.

“¿Algún ejercicio en el agua?”, preguntó el hombre.

“Todo el que puedas en ella: nada, juega, bucea, practica deportes en y con ella. Disfrútala. Toma conciencia de su energía cuando la tomes, nades y hasta de bañes… Te recomiendo tomar dos vasos de agua en ayunas, todos los días. Lavan y revitalizan tus órganos.

Siente los cuatro elementos, armoniza tu cuerpo con ellos y encontrarás equilibrio con el Cosmos, con el Ser Supremo”.

El hombre se dispuso a partir pero el alquimista lo detuvo diciéndole: “Tengo algo para ti”. Fue hasta su mesa de trabajo, tomó un rollo de papel y se lo entregó.

El hombre empezó a desenrollarlo pero el alquimista levantando su mano diestra le indicó que no lo hiciera: “Sal de la casa al jardín y allí lo leerás, con serenidad”





LA SABIDURÍA



Se sentó cómodamente sobre una mecedora de mimbre en el pequeño y bien cuidado jardín de su casa. Observó detenidamente el pergamino enrollado que le había dado el alquimista, parecía antiguo en verdad. Empezó a desenrollarlo. Un rollo largo, manuscrito con bella caligrafía en tinta negra.

El texto estaba escrito en una lengua desconocida para él. Sin embargo al comenzar a leer el primer párrafo descubrió que misteriosamente lo entendió:

“Desde el comienzo de la humanidad los hombres han buscado la razón de su existir, de comprobar su origen divino y por ende de encontrar a Dios”

Buscó quién era el autor de estas palabras escritas quién sabe hace cuánto tiempo, pero ni al final ni al inicio se hallaba nombre o firma alguna.

Continuó leyendo:

“A través de la religión, de la filosofía y de la ciencia han tratado de darse explicaciones, pero en todas siempre queda la duda. Ninguna certeza absoluta. Porque la mayoría de los humanos sólo creen en lo que ven, en lo que su mente puede explicar, pese a que algunos milagros o fenómenos inexplicables se dan de cuando en cuando. Adjudicándole a la casualidad más de lo que es. Palabra inventada por el Hombre para explicar  lo que no comprende, pues es fácil culpar al azar de lo que no tiene razón de ser, de acuerdo con la lógica.

Cuando no se entiende se niega la existencia del ser o cosa incomprendida. A tal punto han llegado algunos que niegan la existencia del Ser Supremo que lo rige todo, porque en su razón no cabe el quién, el cómo y el cuándo de la Creación y administración del inconmensurable Cosmos.

La negación es el miedo. No creer en lo que no tiene una explicación o justificación lógica es sólo temor a no entender lo que sucede alrededor, a no comprender el mundo, el universo y sus leyes. Temen muchos humanos en el fondo perder el supuesto control de sus vidas, a aceptar lo ínfimo y primitivo que es el Hombre.

Es como si a un ciego de nacimiento se le tratara de explicar cómo son las nubes del cielo y sus colores, y que al no lograr entender optara por negar la existencia de algo que le dicen es tan maravilloso. Prefiriendo no creer a aceptar lo que no ve o comprende. Pensaría la razón de este ciego: “si no es entendible para mí es porque no existe, es mentira o invento de los demás…” Aunque puede tratar de aproximarse al concepto del color a través de los demás sentidos en objetos más cercanos y palpables, le será muy difícil entender con la razón cómo es el cielo, su color celeste y las nubes.

Lo que existe se puede negar pero no por eso dejará d existir, téngase o no explicación del por qué y para qué.

No se deben buscar respuestas para todo en el Cosmos, porque no todo fue creado para entenderse sino porque tiene que estar ahí. ¿Para qué existe una rosa? Para dar belleza al mundo, respondería alguien. Pero, ¿quién puede asegurarlo, si la belleza es subjetiva o un simple concepto humano? Si las rosas existieran y los hombres no, entonces ¿para qué existiría una rosa? ¿Dejaría de existir?

De qué les sirve a los humanos comprenderlo todo. Acaso para reafirmar su creencia de que es la especie más inteligente del universo.

Si lo dudan es porque lo temen, si lo temen es porque lo intuyen, si lo intuyen es porque lo sienten, si lo sienten es porque son lo que temen. No son la especie más inteligente de la Creación, ni siquiera los más importantes. La humanidad puede desaparecer completamente en un instante y el universo ni cuenta se daría, sería como un grano de arena menos en el desierto. Un golpe irresistible para el ego, difícil para el Hombre aceptar que no es lo máximo ni lo supremo en el Cosmos. Nada más es una parte de él, una muy pequeñísima parte. Quien lo acepte será humilde.

La humildad de pensamiento es condición infaltable para alcanzar la sabiduría, el gran conocimiento. Éste no se adquiere con la mente sino con el corazón. No con la razón sino con la percepción. La primera es de origen humano, la segunda proviene del Ser.

Cuando los hombres apaguen su mente y enciendan la llama Divina de su corazón entenderán todo. Comprenderán que no hay que entender sino sentir. La verdadera sabiduría no consiste en comprender sino en saber aprovechar lo mucho que existe alrededor. No es más sabio quien más conoce y entiende sino el que más disfruta del mundo, de la vida. La verdadera inteligencia no consiste en saber más sino en vivir mejor.

¿Cuál especie es más sabia: los delfines del mar que viven en armonía con la naturaleza en su elemento, o los hombres que viven sujetos a normas, leyes y obligaciones impuestas por ellos mismos, haciendo la vida de su especie conflictiva y caótica? Ambas especies poseen gran inteligencia lenguaje propio y son mamíferos… Pero los delfines se limitaron a disfrutar del mundo a través de su naturaleza, a sentir que el mundo fue un obsequio Divino. Mientras, los humanos quisieron someter la naturaleza primero y luego a los mismos hombres bajo la justificación de que su inteligencia les dio ese derecho. Se sintieron los reyes de la Creación, o peor, los dueños. Se engañaron con lo que denominan civilización y progreso, consecuencia de su sobrestimada ciencia y sabiduría, no obstante su primitivo raciocinio”.

Él estaba estupefacto y todavía le faltaba mucho por leer. Buscó el título de este antiguo manuscrito pero tampoco lo encontró.

“¿Quién escribiría esto?”, se preguntaba. “¿De qué se trata realmente?”. Y el alquimista no aparecía.


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miércoles, 1 de octubre de 2014

CAMINO A ORIENTE (I): El Camino, La Intuición y La Vocación

CAMINO A ORIENTE, un encuentro con la plenitud, se publicó por primera vez por entregas en el diario La República (Bogotá, Colombia) a mediados de la década de los 90s, en la columna del autor Abel Carvajal, que luego se convirtió en su primer libro, publicado en 1998 en dos ediciones impresas por la ya desaparecida Editorial Colina (Medellín, Colombia). Ediciones todas que se vendieron únicamente en Colombia. 

(Carátula de la primera edición por EDITORIAL COLINA, 1998)

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Ahora CAMINO A ORIENTE en una nueva edición revisada, corregida e ilustrada totalmente por el autor, finalmente está disponible aquí, durante cinco entregas quincenales a partir de hoy, para todos los lectores en lengua castellana. También está disponible en eBook o edición impresa únicamente en https://www.amazon.com/CAMINO-ORIENTE-encuentro-plenitud-Spanish-ebook/dp/B00NB6F22Q/ref=asap_bc?ie=UTF8 



CAMINO A ORIENTE
Un encuentro con la plenitud


©1998, Abel Carvajal.  ©2013, edición revisada y corregida por el autor. Reservados todos los derechos de autor en todas las lenguas. Ilustraciones y diseño para la presente edición por el autor. mateolevi@gmail.com




A todas las mujeres que a lo largo de mi camino como lámparas lo han alumbrado.





“El que conoce lo externo es erudito, el que se conoce a sí es sabio.
El que conquista a los demás es poderoso, el que se conquista a sí mismo es invencible”

Lao Tzu



EL CAMINO



Cuando llegó la noche partió su vida en dos, tomó los manuscritos de par de novelas que jamás publicó y las entregó al espíritu del fuego. Quemó el dolor, el odio, el desamor y el miedo. Este hecho señalaría el cambio del rumbo.

Se cumplía la profecía: “iba para el norte, ahora iría para el oriente”.

Tenía treinta y tres años, la llamada edad de Cristo. Una edad en la que se dan los cambios, tal vez propicios para comenzara a recorrer el camino a oriente, si es que alguna edad lo es.

Es que todos para el norte miran y todos quieren ir con afán, porque así todos lo hacen, porque a todos nos programan para correr hacia el norte. La verdad es que nadie, en el fondo, sabe por qué debe ir en esa dirección, sólo lo aceptan porque así lo ven hacer a los demás y los mayores así lo inculcan.

Pero el verdadero camino es al oriente, a la luz, donde nace el gran sol. Todos saben eso en su interior, en el fondo de su corazón lo intuyen, lo desean y hasta lo sueñan. No obstante pocos, muy pocos atienden ese llamado y ganándole a su programación tras una lucha que no es fácil pero tampoco demasiado difícil, siguen el camino al oriente.

El fuego es un grandioso elemento que transmuta, que libera. Al día siguiente se sintió ligero, como si se hubiera quitado un peso de encima. Se había liberado de las ataduras y los lazos con el pasado… ¡Era libre al fin!

Ahora, camino a oriente.

El oriente, ese misterioso oriente. De donde vienen la ciencia, la religión, el arte milenario y una filosofía que apenas se conoce. Pero lo más importante: la magia. La real: la alquimia.

En su camino se encontró con seres humanos y no humanos, unos quisieron disuadirlo pero otros buenos lo motivaron, lo apoyaron y lo guiaron. Para él eran como lámparas que iluminaban su camino, seres que le enviaba la Divinidad.

Él se sentía protegido, uno de los favoritos del Ser Supremo.

Más que saberlo, siempre lo había sentido. Así era. Sin embargo él aceptaba y era consciente de su humanidad, de su imperfección, de sus límites. Aunque recientemente había descubierto el gran secreto: la misión de todo hombre es superar sus límites, sus imperfecciones y sus fallas. Eso incluye sus errores.

¿De qué le sirve a un hombre demostrar sus fortalezas y talentos si le fueron dados por la Divinidad desde antes? Ni siquiera él mismo se los forjó. ¿Para qué son estas cualidades o virtudes sino para que le ayuden a vencer los obstáculos inherentes a su ser? Las aves tienen alas para que sobrepasen la montaña, para que les sea fácil conseguir su alimento y escapar de sus enemigos, no para exhibirse en la vanidosa demostración de un bello vuelo. Así como la hermosura de las flores está dada para que atraigan las abejas y mariposas que entre sus patas llevan el polen que fertiliza a otras, asegurando la supervivencia de su especie. ¿Qué le importa a una flor ser admirada?

Todo lo anterior se lo reafirmaría un ser extraordinario con el que un día se topó en el camino a oriente.

Aquél ser tenía aspecto de viejo pero no lo era tanto. La abundante melena y barba gris le daban la apariencia de tal, pese a una robusta complexión y alta talla. Vestía un traje raro, como del siglo XVII, con camisa azul, chaleco grisáceo con unas cintas rojas en el hombro. Tenía cierto aire de sabiduría que infundía respeto. Serio, hablaba con voz gruesa pero serena y pausada. Irradiaba magnetismo, de eso no cabía duda.

“Me llaman el Alquimista”, fue lo único que obtuvo por nombre. Lo que más le impresionó de él fue que lo llamara por su nombre de pila sin habérselo dicho.

También le dijo: “Vas camino a oriente como pocos osan hacerlo a tu edad. Bendito porque eres de los elegidos. No te diré que es fácil o difícil, porque depende de cada hombre escoger las sendas por donde transitar y los pasos que debe dar. Pero sí te diré algo: esta vida no te alcanzará para llegar allá. Porque no existe en este mundo un punto cierto del que se diga aquí es el oriente, pues donde llegues siempre habrá un oriente. Mas no te desanimes que marchar hacia el oriente es tu destino, hacia donde todo ser algún día deberá caminar. Lo importante no es llegar, es aprender por el camino, ver y disfrutar de los paisajes. Por eso puedes parar, mirar adelante, a los lados y atrás. Andar más rápido o más despacio pero nunca has de volver un paso atrás. Si lo haces, por cada paso que retrocedas, a final de cuentas para avanzar sumarás tres”.

Trató de narrarle su vida pero el alquimista lo detuvo: “Yo sé quién eres y por qué estás aquí. Eres el producto del caos que vive tu sociedad. Tu vida, como la de la mayoría, era regida por verbos como jugar, obedecer, estudiar, trabajar, poseer, aportar, sostener, sacrificar, dar y amar. Aunque de este último ignoran su significado. Por eso sufrías dolor, odio, estrés, depresión, confusión, ira, traición, codicia, violencia, egoísmo, envidia, guerra, frialdad y más… No hacías lo que querías, en tu caso escribir, porque temías no sobrevivir de esta labor, que es tu esencia divina. Para otros su esencia es pintar, componer, cantar, construir, sanar, reparar, cultivar, criar, enseñar, organizar, tejer, tallar y miles de oficios y artes más.

Escribías en tus ratos libres porque además temías el rechazo de los otros hombres y tu programa mental te hacía vulnerable a ese rechazo. ¡Cuántos desarrollan su talento en secreto por ese miedo…! ¡Enhorabuena! Venciste y por eso estás aquí”.







LA INTUICIÓN



“Todo me está saliendo excelente”, dijo el hombre. Irradiaba satisfacción. Después de casi tres años de pérdidas y crisis, sus negocios, en los que parecía haber perdido el fino olfato que lo caracterizaba, como por arte de magia estaban dando frutos, jugosos frutos: Sus negocios ahora marchaban muy bien, sus inversiones prosperaban y como si fuera poco había comprado una magnífica casa en un tranquilo sitio a un precio sorprendentemente bajo.

¿Suerte?

“No. Es la armonía de tu vibración con el mundo”, le respondió a la duda el alquimista. “Cuando un hombre encuentra su camino halla la paz interior y se conecta con la vibración cósmica. El Universo está en constante expansión, como lo han demostrado los astrofísicos modernos. Y lo hace en ondas vibratorias”. Le impresionó que el viejo maestro estuviera tan al día en ciencia.

“Ya comprendo”, dijo el hombre. “Por eso se ven personas a las que todo o casi todo parece salirles bien, sin esfuerzo. De las que decimos que tienen muy buena suerte”. El alquimista afirmó con un lento movimiento de cabeza.

“Escucha hijo: la suerte como tal no existe. El hombre sólo recoge lo que siembra, es una ley universal, la ley de la compensación. El hombre moderno se equivoca al concederle tanta preponderancia a la materia, cree que lo que vale es lo que se puede ver, tocar, olfatear, saborear, acumular, almacenar, sumar, multiplicar, contar e intercambiar. Una idea errada se sentó en el trono de la mente humana gracias a la cultura griega y su filosofía. Cultura que predominó y reina en la sociedad moderna. No es la materia, es la energía la que rige el Cosmos, el mundo y sus seres”.

“Es un poco ambiguo lo que dice”, replicó el hombre.        

“Para la mente sí, pero para la intuición no. En el fondo tú lo comprendes, sabes de qué te hablo. Resultado del materialismo es que le Hombre se fue por el cultivo de la mente y olvidó la intuición, se preocupa por la intelectualidad y el raciocinio, olvidando la espiritualidad y la percepción. Sólo te mostraré algo. Obsérvate: tu cuerpo no tiene batería, ni enchufe, no está conectado a la tierra ni a una fuente. Sin embargo sabes que tienes una energía vital, algo que te mueve y hace que tu cuerpo funcione y regule todos tus sistemas como el nervioso, el respiratorio, el digestivo, el cardiovascular, el linfático, el inmunológico y los demás que hacen de tus músculos, huesos y órganos un conjunto con vida armónica, no caótica. Energía que cuando eres concebido entra y cuando mueres sale. Porque también conoces la primera ley de la energía, probada por la física, la que dice que aquella no se crea ni se destruye sino que se transforma”.

“Sí, tiene razón, todos sabemos eso…” afirmó el hombre.

“No lo saben, lo intuyen, lo presienten. Pero son renuentes a creerlo, debe ser comprobado ante la mente. Por eso cuando se inventó el telégrafo inalámbrico tuvieron que aceptar que las ondas, que no son otra cosa que energía, no necesitaban de un canal o conducto material para transportarse. Al aceptarse dicho concepto se inició el vertiginoso desarrollo de las telecomunicaciones, y además, se aceptaron fenómenos como la telepatía”.

“Sin ir más lejos”, continuó el alquimista, “las antiguas culturas de América hicieron del espíritu el eje de su desarrollo científico, por eso la ciencia estaba tan ligada a sus religiones. Los ritos predominaban en la medicina, la astronomía, la agricultura y el saber en general. Civilizaciones como los toltecas y después los mayas en México y Centroamérica, los incas en el gran Perú y hasta las naciones indias de Norteamérica y del Cono Sur, basaban su conocimiento en la relación de su espíritu con el del Universo. El cual se manifiesta a través del fuego, del agua, de la tierra, del sol, de los vientos… Ellos sabían la importancia del mantener en armonía su energía con la del Cosmos”.

Después de una pausa agregó con un dejo de tristeza: “el materialismo de Occidente arrasó con ellos”.

El hombre guardó silencio.

“Pero no del todo”, reanudó el alquimista. “Sobrevive aún dicha sabiduría, era tan fuerte y sólida, que todavía hoy, quinientos años después, se conserva y se transmite. Estamos ante el renacimiento de estas culturas, ya se están dando los primeros signos”, advirtió.

“Ya entiendo. Por eso el hombre moderno se siente infeliz, incompleto e insatisfecho de modo permanente, inclusive cuando alcanza el anhelado éxito en lo material. Debido a que no cultiva su otro lado, el espiritual, el intuitivo, el perceptivo, el del sentimiento, la armonización de su energía. Seguro que los grandes inventos y descubrimientos se deben a la perseverancia de unos hombres y mujeres que intuían lo que encontrarían”, reflexionó el hombre.

“Tú lo has dicho”, concluyó el alquimista.







LA VOCACIÓN



Éxtasis, era la palabra con la que podría definirse cómo se sentía ese jueves, un día como cualquier otro en el que no esperaba acontecimiento extraordinario alguno. Sin embargo se sentía diferente, como si hubiera hecho el más grande descubrimiento de su vida. Se sentía feliz y poderoso.

Por fin hacía lo que siempre había querido hacer, desarrollar la esencia divina de su Ser, lo que realizaba con tal naturalidad y destreza que casi siempre le salía bien, sin cansancio, sin esfuerzo, sin preocuparse. Era el disfrute de su trabajo, de su verdadero trabajo. Para el que había nacido, para el que tenía vocación, para el que la Divina Providencia lo había dotado de talentos especiales. ¿Qué trabajo? ¡Qué importa cuál! Que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, que cada quien busque y encuentre el suyo.

El alquimista lo notó y sonriendo le dijo: “Es un secreto sencillo. Lo difícil de creer es que aunque todos lo intuyen pocos lo llevan a la práctica. Se llenan de miedos y se autoimponen barreras, se impiden a sí mismos hacer lo que su naturaleza les dicta”.

“Es que no es fácil…” murmuró el hombre.

El alquimista lo interrumpió y acercándosele le susurró: “es fácil, pero los hombres se encargan de hacerlo difícil entre sí. El trabajo es la puerta a la realización interior de cada ser, es la entrada a la plenitud. El error estriba en que las personas piensan que pueden realizar casi cualquier labor y buscan la que más pueda remunerarles. De ahí nacen el fracaso, la insatisfacción, la frustración, la codicia, la depresión, el estrés, la agresividad, la locura y los demás males de la sociedad contemporánea que hacen de la vida un infierno, que no debía serlo.

Cada trabajo debe ser hecho únicamente por quien nació para hacerlo. A cada ser se le dotó de uno, cinco o diez talentos como dice la famosa parábola, pero la mayoría teme no vivir de lo que recibió y lo entierra, busca lo que en apariencia le brinda seguridad y porvenir, gastando sus años productivos en lo que cree su profesión para finalmente descubrir que su vida es vacía, triste y superficial, pese a que posea un palacio, autos lujosos y mucho dinero en el banco. Se engaña diciéndose que cuando acumule tal cantidad de dinero se retirará a hacer lo que siempre ha querido o le gusta, pero ese día rara vez llega o es demasiado tarde.

Todo individuo debe auscultarse, aceptar y concientizarse de cuáles son sus habilidades, sus talentos, sus aptitudes, qué es lo que realmente disfruta hacer en esta vida. Encontrar su verdadera vocación y perfeccionarla por medio del estudio y de la práctica, sin preocuparse por la retribución o el lucro, ni por lo que espera la sociedad o su familia, menos por lo que pensarán o dirán de él”.

“Pero con frecuencia sucede que no es fácil descubrir nuestros propios talentos, porque la programación que desde muy niños nos han hecho los ocultan”, reparó el hombre.

“Es cierto”, aceptó el alquimista, “pero a la intuición una programación no la confunde. Así que cuando alguien, para poner un ejemplo, se da cuenta de que en su finca cultivando o labrando la tierra el tiempo se le pasa volando, que se olvida del mundo exterior, hasta de almorzar y que no ve la hora de que amanezca para de nuevo levantarse a seguir con su trabajo, ha descubierto su verdadera vocación o al menos una de ellas. Así mismo, a otros les sucederá igual en diferentes artes y oficios, no importando que tan ardua sea la labor.

Observa en la naturaleza a las hormigas o a las abejas, sociedades semejantes a la del hombre pero más simples y tal vez más perfectas. Allí cada cual ocupa el lugar que le corresponde desde su nacimiento: las guerreras defienden la comunidad e imponen el orden; las trabajadoras construyen, sostienen y proveen a la comunidad; las reinas dirigen y procrean; los zánganos, incluso, tienen la función específica de fertilizar a la reina para aumentar o reponer el número de miembros de la comunidad, a costa de sus vidas. No hay una de más ni una de menos, existen todas y todos los que se necesitan en el momento. Por lo que no tienen miseria, ni delitos, ni tensiones excesivas entre ellas, simplemente conviven ocupando cada una su lugar sin codiciar el de otra, confiando unas en otras, ¿o acaso has visto alguna hormiga consultando al psicoanalista?”

El hombre sonrió más por diplomacia que por causa de la pregunta con que concluyó el alquimista. Sentía cierta congoja ante lo que escuchaba. Decidió disimular, aunque sabía que no engañaría al alquimista, agregando: “ni tampoco he visto hormigas o abejas leyendo libros de autoayuda o superación”.

El alquimista prosiguió haciendo caso omiso al apunte: “Si el Hombre respetara sus propias leyes, las de la naturaleza, no las que él ha creado, encontraría la plenitud.

Es obligación de todo individuo encontrar su vocación y acrecentar sus talentos poniéndolos en práctica. Al hacerlo sirve a los demás y a él mismo. Por eso cada quien debe buscarla, encontrar su ser interior y no obstaculizar a quienes lo intentan. No criticar ni cuestionar a su hijo ni al hijo del amigo o a su hermano porque quiere ser mecánico, profesor, policía, enfermero, artista, cura, veterinario, soldado, ingeniero, agricultor o abogado… ¡Aunque de este último no estoy seguro, eh!”.

Rió el hombre.

“También está la cuestión de la ambición”, inquirió el hombre.

“Una trampa, eso es la ambición”. El alquimista observó la posición del sol y, tras una breve despedida en la que le prometió hablar del tema en la próxima ocasión, desapareció.


Continúa...

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Abel Carvajal deja de escribir

 "La aventura de escribir ha terminado para mí en esta vida. Debo seguir por el sendero ancho que la Vida me muestra y prestar atención...